jueves, 3 de abril de 2008

PEREGRINACIONES DEL PEZ EN EL AGUA



Por Hugo Yuen

No es la primera vez que un escritor insulta a alguien valiéndose para ello de uno de sus libros. Más aun, si como dice el escritor, se siente como pez fuera del agua cuando se halla alejado de los márgenes, incluso físicos, que supone un texto impreso.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Pablo Neruda, quien en su poema "España en el corazón" se refiere al Gral. Franco con frases de tanta altura literaria como calibre ofensivo: "Aquí estás. Triste párpado, estiércol/ de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra/ de traición que la sangre no borra. Quién, quién eres,/ oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,/ oh mal nacida palidez de sombra". El odio de Neruda, su indignación por la dictadura, son tan grandes... y, sin embargo, no puede menos que no renunciar al alto grado de su voz poética. No desciende, no puede descender al llano, a pesar de estar vituperando contra Franco.
O aquel enfrentamiento entre el filósofo L. Wittgenstein y el crítico literario F. R. Leavis, que si bien no se produjo en el cuadrilátero de un texto, tuvo como protagonistas a dos importantes figuras de la Universidad de Cambridge, como son, para el caso, importantes figuras nacionales Vargas Llosa y Hernando de Soto. W.E. Johnson describió en cierta oportunidad el altercado entre Wittgenstein y Leavis como si en aquella ocasión ambos se hubiesen lanzado, rabiosamente, uno al cuello del otro. Sin embargo, los hechos, que fueron resultado del desplante de Wittgenstein a un joven alumno de Cambridge (del cual pensaba que se trataba de un "tonto"), se redujeron a una tajante llamada de atención a Wittgenstein por su actitud hacia el muchacho. Wittgenstein, entonces, apoyando su mano en el hombro de Leavis le dijo que ambos tenían que conocerse mejor, a lo que este replicó que no veía ninguna necesidad, desairando al autor del Tractatus al mejor estilo inglés.
En ambos casos se refleja tanto la personalidad de los involucrados como aquella actitud ante la vida que caracteriza a los habitantes de una comunidad o comarca cultural determinada.
Pero, ante lo dicho, ¿qué decir cuando reparamos en sucesos recientes que nos atañen más directamente? ¿Ejemplifica, acaso, la riña entre Vargas Llosa y de Soto alguna veta oscura de nuestra realidad nacional?
Siguiendo a César Delgado Díaz del Olmo, quien viene trabajando el libro Hybris: psicosis y mestizaje, tal vez debamos pensar que los insultos televisivos, las no muy elegantes diatribas de El pez fuera del agua, las recíprocas agresiones entre el Comando Conjunto y el CCD e, incluso, la agresividad gratuita de la "barra brava" en el estadio Nacional, por poner algunos ejemplos, son muestras de esta multiplicidad fenoménica que atraviesa todas las esferas sociales del país y tras la cual subyace aquello que César Delgado ha denominado "hybris", término griego que significa en este caso tanto mestizaje como violencia desmesurada o rabia, y que Delgado analiza desde una óptica psicoanalítica.
No obstante lo dicho y sin negar la validez de tal exploración, lo cierto es que no es la primera vez que Vargas Llosa provoca reacciones enconadas en sus interlocutores circunstanciales. Recuérdese, sino, el puñetazo que Gabriel García Márquez propinó a nuestro novelista en una tasca barcelonesa cuando ambos iniciaban su carrera literaria, o aquella otra indignada reacción de Julia Urquidi, que no cejó hasta ver en circulación Lo que Varguitas no dijo.
Es evidente el carácter insultante y ofensivo de más de un pasaje de El pez fuera del agua. Lo curioso, sin embargo, es que en el texto, escrito con rabia en gran medida gratuita, no se salva ni siquiera el suelo que lo vio nacer, por el que se siente agraviado desde el primer momento en que posa sus pies en él. Así, Vargas Llosa se recuerda niño aún, recién llegado de Cochabamba, contemplando el mar, aquel mar que simbolizaba todo aquello de lo que fue privado no bien había nacido, y que finalmente contemplaba desde las costas peruanas con parvularia devoción, cuando un cangrejo surtido de las entrañas mismas de esa tierra con la cual tanto había soñado, salió de su agujero con el sólo propósito de agredirlo, de infringirle una herida en la planta del pie, de dañarlo, de marcarlo de por vida con su rechazo: como a un paria.
Hay un esfuerzo manifiesto en Vargas Llosa por automarginarse y sentirse un apátrida repudiado. Corrobora esto no sólo su exilio voluntario, sino también su reciente declaración a un diario español, en el que denuncia un supuesto intento por retirarle la nacionalidad. Pareciera que el escritor se sintiese como pez en el agua en tales circunstancias y que avivara las llamas de tal fuego con secreta complacencia.
De ser así, sólo nos queda desear que todo este escándalo haya servido al menos para que el novelista termine finalmente aquella tan anunciada novela sobre la vida de Flora Tristán, la brillante intelectual francesa (de ancestros arequipeños), quien se martirizaba con la idea de pensarse una paria; escritora con la que Vargas Llosa (como Flaubert con Madame Bovary) se identifica en más de un punto.








.