sábado, 19 de abril de 2008

PARAFERNALIA (*)

(*) Con la versión preliminar de este poemario, el autor obtuvo Mención Honrosa en el Premio Nacional de Poesía Copé 2005. Este mismo poemario, desarrollado en su versión final, obtuvo el Primer Lugar del Premio Internacional de Poesía Javier Heraud 2009.























(**) Bernardo Bitti, Virgen con el niño, óleo sobre lienzo, Iglesia de la Compañía (Arequipa-PERÚ).


ÓLEO 1

LA VIRGEN CON EL NIÑO(**)


I

Como huésped de la tarde la contemplo .
Mi existencia, persistencia reiterada, virtualidad en fuga, vana
como el vano de una puerta, se confirma
cuando miro mis cuadros, me justifico y me mantengo.
Soy Bitti, Bernardo y muñón
de tierra que fui y hoy transito
como exceso de luz perdida y ecos
que se repiten en las naves, travesaño y maderos
de este templo y en las molduras,
el revoque y el polvo que levantan las alas
batiendo sobre mí al compás de unos rezos .

Soy Bitti y, mientras hablo, habla el comején y deja
metafísica viruta tras sus pasos, alambicada
teología de teologías en vericuetos de madera
cuestionamientos razonados que minan los marcos y ,
marcas orlando los óleos y las bancas
para undir las naves de este templo que se apaga .

Soy Bitti, pintor de inopinada quietud y una vida
anclada en el pasado, imago de horizontes retraídos,
espectro que deambula entre el espectro
de mis óleos que pueblan este templo
para siempre.


II

Soy Bitti, pasajero de la vida y los contemplo: Las tardes
colorean los muros coloreados por óleos
que imponen su esencia sobre la pared,
imágenes endurecidas, acartonadas imágenes
bajo la pátina de mi voz y la textura
de estos cuadros en cuyas grietas
de tiempo y polvo me refugio
y escondo mi palabra para ver
a la Virgen con el Niño entre sus brazos,
desnudo de malicia y de ropaje.

Sobre ese cuello
largo, como largas son las noches y mis horas,
su claro rostro y el del Niño, enmarcados sobre el lienzo,
son astros de tierra dibujados por mis dedos. La almalafa
de María, con colores recompuestos, le confiere
una contrita soledad a sus manos que descubren
la textura de las cosas tras el paso de los días
mientras ladea el rostro junto al cielo
apoyando su faz sobre este reino .

Soy Bitti, e intactos,
como la intacta imagen de su perfil ante mis ojos,
los dedos de María esparcen un poco de rocío,
de por sí diseminado, en el templete inmóvil en que yace,
geometría habitada o torno vivo, ella
cuando cae su brazo sobre el alba.


III

Entonces, la peregrina hueste de este mundo
se agiganta y oradores, fieles aradores de pasión dulcificada,
cantan tras los cirios que encienden este templo
la oscura luz de las naciones, racimos de fe en cada pecho, regiones
insobornables de temor anclándose en la nada de esta nave
que parte al garete de esta iglesia, conmoviendo jurisdicciones
que pueblan bancas con murmullos poblados de sentidos
mientras mi soledad, en la oquedad aparatosa de este templo,
plagado de rezos como el rizo del Niño que obsesiona mis pupilas,
contempla su fenecida luz y acaricia los días.

Mi voz, áspera para la rutina de este mundo ,
despabilada, se resuelve y canta:

(Piedra lunar.
Nuncio de los siglos.
Hueso marino por el que rota el alba
como altarete iluminado en el que posa sus ojos.)






EL SACERDOTE


Bajo del protocolo de este mundo
y la vergüenza de perfil, visto de rojo
con el corazón incendiado de pasión, encarnizado
en medio de estas ropas en donde mi ceguera es
oscura luz para mis ojos terrenales, imperfectos
como el imperfecto cuerpo que soy y los incluyo
diseminado en cada paso, en cada gesto que gasto,
regusto de tiempo que dejo en esta iglesia. Y,
como todos los días, en la casulla enfundado,
camino hacia el altar hecho de piedra y sacrificios
para dar la liturgia de este reino
callado que me espera.

He seguido las molduras de este templo palmo a palmo,
talladas por una aguda teología de piedra cincelada .
En este templo de grutas recónditas, de rincones encendidos ,
incendiados por la luz de las naciones,
mis pasos adelgazan al aire y la distancia
con su maquiavélico frufrú de
parafernalia, rito y bastión
poblando la hondonada de esta iglesia que cobija
pasiones, palomas, misterios y temores
acurrucados en los lunetos y peanas y en la fe del esperma
que mana del oscuro calor encendido de unas velas y
cuya luz es vano murmullo para mis ojos
encapotados como el encapotado que soy,
de pie ante este altar, y que conversa con el aire.
.
Sobre el bastimento irrenunciable de esta iglesia
un viento aleve transcurre en la ventana del
alto coro y trae, en sí, una paloma,
zureo encarnado o verbo que vuela y que transita
acezando sobre mí y mi palabra, simulando
la envergadura del viento entre sus alas.
No siento su luz iluminar como una sombra
mi triste cuerpo, ciego a la vida y a la muerte.

Sus alas esparcen sobre mí tal vez alguna luz,
una esperanza, fina pátina de polvo contrito, recogido
de estas bóvedas y piedras sobrepuestas, repletas
de excrecencias añejadas por el tiempo .























(***) Bernardo Bitti, Las lágrimas de San Pedro, óleo sobre lienzo, Iglesia de la Compañía (Arequipa- PERÚ).


ÓLEO 2

LAS LÁGRIMAS DE SAN PEDRO(***)


Petrificados, Señor, como mi nombre, estamos
los dos en este instante de patética agonía.
Las sombras son ya muros
que nuestros cuerpos anteceden,
sujetos a la fuerte osamenta de esta viga.

Soy piedra y, sobre esta piedra, yace
mi triple culpa sumergida en esta sangre,
en esta carne torturada que contempla
tu torturada carne que late y agoniza
bajo estas cúpulas estáticas, hundidas
en lóbregos azares, concentradas
en dovelas y lacónicos farallones
de argamasa y piedra,
recónditos y espectrales.

En soguilla, como las cuerdas
que muerden tu carne y la columna
que te ata a este mundo, este reino, plagado
de oprobios y de hombres,
así también se muerden y entrelazan
austeras, las piedras y los muros
de este templo que soy
negado a la luz de tu mirada.

Orando, espero la mañana,
premonitorio réquiem en las entrañas de esta iglesia,
caverna que enaltece los sentidos
con su repicar bruñido de campanas, quedo
aquí postrado de rodillas
bajo tu desnudez doliente, hiriente
en esta culpa mía que es inútil
palio para tu mirada y mis lágrimas.

Las imágenes que somos y que habitan
en este cuadro, en este templo,
dormidas en su forma bajo
el fatuo fuego de estas grutas y
estas rocas excavadas en la culpa
que son, entre mis manos,
súplica feraz, como el trabajo
de la mano del hombre,
bóvedas deformadas por la sombra
y el dolor de ser humano
que soy y que confieso.

Mi súplica ladra
a la entrada de estas naves, roza
el viento súbito y las vigas. Aguardo
tu luz encerrada, tu perdón,
para ser el pendón reivindicado de tu Iglesia.

Oh, señor, anuncio tu muerte y proclamo
tu perenne vicisitud en este templo,
este cuadro y la columna que ata
tu dolor crucificado prontamente.
Mi cielo es tu suelo y, aquí, yo rozo
tu compañía, tu mirada.
Suplicante, permanezco.







LA PALOMA

I


En esta oquedad umbría reposa mi vuelo.

Envuelta por los labios del viento,
de vuelta del tiempo y las palabras,
he atravesado el orbe,
la urbe cálida del sol y la mañana
y vengo a posar mi ser de siempre inmaculado
sobre el alféizar que me impone este mundo:
Una iglesia.

Iglesia,
templo a Dios gracias
puesto en mi camino:
Penetro en ti como quien entra
en un tiempo limpiamente ensortijado
por las piedras de la fe y los rezos
que subyacen a esta arquitectura.
Por fin llego a ti
con mi inquietud a cuestas,
y desde aquí te observo,
desde ésta mi emplumada piel,
fiel a ti y a tu cornisa escueta.


II

En esta transparencia
deposito mi Espíritu.
Alzo mis alas al vuelo y cielo
ya no perciben mis pupilas.
Dovelas de sillar do se forma
el arduo bovedaje.
Cielo dormido
en tanta piedra encapsulada.
¿Para qué las alas
si el aire ya no gira y sólo arde?
¿Para qué la luz, que muerde candelabros,
si las quince velas que encienden tenebrarios
oscurecen el oficio salmo a salmo?
En este mundo de techos agrietados
he seguido a las altas
molduras de revoque maltratado,
he agitado mis alas entre áreas
como el nido de un árbol,
abiertas bajo el luneto donde
existe una peana dormida entre cristales
o donde yace esparcido: pluma pulmón y polvo
de paloma,
y enaltecida en este instante,
he descendido de mi vuelo y elevado
mi vista al demorado mundo
de este templo.


III

Sobre el retablo del altar
perduro mejor. Camino
sobre la piedra y la madera
y sobre el pan
de oro que otros miran
dorando los tallados.
Desde mi nicho labrado en eucalipto
contemplo a todos con ojos de verdad
condescendientes, y zureo bendiciones
nacidas de mi pecho acurrucado,
siguiendo el protocolo de este reino
en que sentidas, colombófilas, se alzan las manos
hacia mí.

Montada en el lumen donde anidan las palomas
mi cuerpo se decanta en sílfide aleteo
y en medio de este río de cantos
y alabanzas,
mi vuelo se retrae en altos miramientos
y observo con pupilas recién elaboradas,
y entonces me pregunto: ¿Para qué
el rito y la liturgia, de manos sin memoria,
si el aroma de la lava se deslíe en los sentidos?
¿Para qué la luz y la palabra, veladas por el uso?
¿Para qué la piedra y los cristales
robados por el tiempo y los lamentos?
¿Para qué el frío y la penumbra poblados de rutina?
¿Para qué el polvo y las pinturas zanjando sus dominios,
si ambos son de tierra u ocre colorido?
¿Para qué el sol y mis latidos:
para qué la luz y sus renuevos?

En esta oquedad sombría deposito mi cielo.
Y la luz despabilada que esparce mi palabra
es como una diáspora
rielante en una frase
de Misa o Despedida.




















(****) Bernardo Bitti, CRISTO RESUCITADO, óleo sobre lienzo, Iglesia de la Compañía (Arequipa-PERÚ).


OLEO 3

CRISTO RESUCITADO(****)


La Compañía de Jesús
percibo en esta iglesia.

Como quien levanta una mano contra el aire,
así levanta él el cielo entre sus dedos,
y vertical, sobre la tierra,
el lábaro flamea junto al viento, y otra mano
apenas percibida, roza el mástil del pendón soliviantado
que por ella, con ella,
lo mira a él y palidece, como un velo en oración.

Así, entre un paso y otro,
como insondable equilibrista de la nada
permanece.

Parece
que sólo su palabra transcurre con el tiempo,
sólo su palabra, como aurora boreal que se desplaza
con el hilo de la palabra y canta
con luces fugaces lo contrito
y austero que, en lo diverso, se conserva,
queda.

Envuelto en un aire de manto ampulosado
su cuerpo permanece, se yergue y está vivo
con la llaga del costado abierta que no mana.
Cielo de agua fuerte, tus azules se degradan
en un tímido celaje, difundido en solo un plano
que mil planos él contiene.

Envuelto en un aire acartonado,
su cuerpo se levanta en esta iglesia.
Lo pinté resucitado y yo perduro
deambulando entre las bancas de este templo.
Lo pinté desnudo en su palabra. Lo pinté
envuelto en un aire de nobleza
-cardinal en el color, y en la pasión, glorificado-.
El manto le concede una extraña soledad.
Pinté
celajes repartidos claramente
(sus colores disipados con el aire
removiendo sus matices palmo a palmo).
Pinté
un cielo que clamaba
por acaso alguna nube en pos de la mañana.
Pinté
azules degradados sobre el rostro que los alza
por encima de estas cosas
terrenales, mientras
se establece el mundo entre sus pasos.

Y el mundo
no es sino una escamoteada escaramuza en la palabra:
tan sólo una ráfaga de viento que camina,
hojarasca que cruje en los talones,
como otoñal presagio de la vida que termina
perfilando su sombra y ser callado.

Mas, de pronto, una duda transita en mi palabra,
y en la tarde sus colores se esparcen con el aire
conmoviendo sus matices por etapas.
Entonces me pregunto y :
¿Dónde está la fuerza de su ser resucitado,
si su cuerpo está vacío de vida y vestiduras
y el viento y el celaje transitan sobre él?

Por eso
yo me enciendo en los hacheros y
de los pies a la cabeza, de pie bajo estas piedras,
y escuchan las palomas, con formas de vocales,
mi voz como un responso o soplo colorido
que surte en balaustrada,
o ráfaga de viento que esparce su plumaje
y el polvo escatológico de mis necesidades .

Y, a todo esto, esto
que habita en mis andrajos no es
sino miseria hecha de carne en tanta soledad,
–embobado reflejo de cántaro en la fuente,
cuenco en la mano deslumbrado ante la nada
(pretensión de ser mar entre los dedos infantiles)
cuestionamiento de cuestionamiento hecho palabra,
pedante articulación fonética que camina–
vano aullido de perro filosófico
adherido a la duda y la palabra.








COMPAÑÍA

(Diálogos del pintor y la paloma)


BERNARDO BITTI


La noche cubre los contornos burdos de paredes lejanas
con un manto de misericordiosa opacidad
cerrando puertas, callejones y pestañas
de ventanas monacales ya dormidas.
Barro hecho cuerpo, pies descalzos y quijada
en tanta pared, piso y batiente
conquistada por la mano feraz del hombre ,
la plomada y el badilejo cierto.

El roce del aire contra el aire
leve, quieto, encapsulado en estos muros ciegos,
de noche ante la noche insobornable,
respira quedo como un susurro empobrecido.


LA PALOMA

Bitti, Tu leve luz persiste aún
en el fondo del pozo en que mirabas, aun
en el aire tibio de este patio breve,
alevemente encapsulado por los muros de
porosidad inconsútil como tus manos,
inmarcesible textura de luz y
sombras de luz sobre tus párpados idos.

Como un recuerdo que apuntala presentes,
aquí habita solo
la presencia de tu luz ante la noche,
el suave toque de tus dedos fantasmales
sobre sol, cielo, tierra y cosas terrenales
del lienzo cuando pintas.
Aquí radicas.


BERNARDO BITTI

Ante el horizonte retraído descubro
mis manos a la textura de las cosas.

El sonido de las campanas tiñe
el sillar del templo, tañe
sobre las piedras blancas y su simetría
de reptil fríamente estático. Tañen, digo,
sobre el correr del tiempo,
como vibrante cardumen en el oscuro
mar de una oración.

Los quedos ecos quedan, se repiten y se apagan y son
como el suave rumor del viento sobre mi cabeza. Son
como el paso del aire tras el aire,
la mascarada que en mi espectro determina
a mi pelo entre las cúpulas y el viento.


LA PALOMA

Bitti, la luz añosa –que eres y que habitas–
repta, tiembla, a horcajadas
posa su rodilla sobre la porosidad del muro y hace
de la constancia un mudo sacramento.
La oscurecida luz que habla
mana por entre la tarde envejecida,
y en su pátina de bronce tibio
–aquel que fortalece muros y calienta hogares, aquel
que cura con su totalidad impertérrita
el pellejo de las sombras yertas–,
se recompone, habla.


BERNARDO BITTI

Campana ,
superficie pasada por el tiempo,
sopesada campana que en tu vaivén
contienes al aire con un tañido
teñido de metálico afán, reiterativo .

Campana, al escuchar en la noche
tu pesado y magno y etéreo movimiento
de tierra fundida y coagulada, estrellarse
como un meteorito y morir, morir
estallando y cantando contra el aire, siento
aletear la sangre del hombre que yo era, y aletear
pluma, plumón y polvo en el oscuro y magro recoveco
de este templo de bancas y palomas, y siento y
aletear el aire en lo oscuro, magro y vano
de esta quimera celestial de aire y soplo inútil
que hoy ya Soy.


LA PALOMA

En esta noche pretérita y lejana
de siglos y siglos ya dormidos,
en que me empeño en ser muñón estéril
de esta arquitectura (balsámico,
inútil puñado de plumas en gargólica congoja y ,
colombófila maraña de ser perecedero,
o rostro picado e inconcluso de un muro ciego en plena calle),
solo el canto de los grillos conversa con el polvo ,
como un amo de signos que pregunta y se responde.
Y, con el viento, desnudo en esta noche, aquí dejo
mi zureo quedo .
Aquí perduro y permanezco.
Yazgo.


BERNARDO BITTI

En el aire encantado de la noche quieta
levita una campana y ,
como perdurable coágulo de sal en mis retinas,
ante ti, como ante el Espíritu Santo, confieso y
mi ser enamorado, aire enamorado de quien
restaura mis cuadros y mi ser, mi recuerdo
por aquello que vivo y me recuerdan,
mientras permanezco inevitablemente
cambiando y siendo el mismo.

Aquí espero.


LA PALOMA

Estás aquí, Bitti, y contigo hablas.
Miras en el fondo de ti mismo y a través de ti
se transparentan los recuerdos.
Su nombre, ¿Isabel, Perséfora, Eduviges,
Encarnación de tus propios miramientos?
Qué importa. Innominada en tus recuerdos,
ella perdura, habita y canta. Restauradora
de tus ojos y tus manos,
pincel con el que sus dedos te trabajan,
vertical como el lábaro que toca ,
retoca y baña con el color de su mirada.

Pintora laureada por la noche
de estos cielos plagados de cenizas.
Cóncava tersura de planeta palpitando ,
en estos muros la hembra habita.
Torno vivo, ahueca su casa y coge
las tardes en sus manos de piel teorizada.
Niña de siglos futuros,
hechura de una más perfecta soledad,
luz empolvada de una estrella distante,
unta sobre tus cuadros almagre encarnado
donde posar sus pies
anhela.
En su canto se refleja la mañana y las tardes
envuelven tu palabra.


BERNARDO BITTI

¿Dónde está el arquero del arcoiris?
Tu iris, niña,
señuelo de mil colores bajo el arco
superciliar de sus destellos.
Lágrima o luna o mar,
bastión insobornable donde pisas,
posas tus pasos, tu mirada.
Seguiré tus huellas por el aire
-alambre de fuego,
escueta figura que trasciende el aire
y que me incendia en sus renuevos-
dejando una cicatriz por el viento
-al viento por ciento-
una huella insondable,
la impronta tenaz
surcando en el vacío
de tus ojos.

Y tú, niña
al fin, te refugias
en la cuenca de tus ojos,
en la cuenca
infatigable de tu mirada.
Ríos inagotables brotan
como caudal perenne de tus párpados,
pardos páramos encumbrados,
pandos en la luz de tu retina,
retinta luz en la luz que eres
y caminas.
Sola, callas,
desoladamente, mente desolada,
tus ojos ya no pintan, ya no cantas,
ya no pintas, niña, sólo callas,
en la niña de tus ojos:
tu mirada.


LA PALOMA

Sus ojos no se posan sobre ti: transitan
de largo por entre tus entrañas
de imago enamorado, claramente
inexistente, y bañan
el cuarteado pellejo de tus cuadros apagados,
y es así como sus ojos
en el marco acaban.

Es tu imagen la que habla
Con brotes de contenida prontitud :


BERNARDO BITTI

Sus cabellos caen sobre mí como la arena.
Escribo en su cabellera al viento
–el fuego deja en las grutas de este templo
recónditos rincones encendidos,
haciendo de los muros, muros ciegos
como el ciego sacerdote que camina .

Nada podrá jamás satisfacerme:
Ni la vida que perdura en su palabra,
ni la luz que corroe nuestros cuerpos,
ni la luz que recrea los objetos,
nada podrá jamás satisfacerme.

Nada podrá jamás satisfacerme:
Ni la vida curada por la sombra,
ni la vida que recuerdo en los objetos,
ni la vida que recrean los sujetos,
nada podrá jamás satisfacerme.

Mi corazón es un lagarto de bolsillo.


LA PALOMA

Con la luz despabilada que encaja mis pupilas, Bitti,
es tu imagen la que habla mientras yo
aquí esparzo mi palabra enmarcando este poema con
un zureo que no es lengua, pero habla.

Bajo la llama de sus manos se extiende el mundo,
se expande tu débil culto, el acurrucado murmullo
de tu vida retaceada en estos lienzos que hoy retoca,
ese espacio impreciso en que te pierdes con el aire
y la limitación del color sobre sus ojos.


BERNARDO BITTI

Mi voz áspera rasga el silencio al pronunciar tu nombre
y entonces te miro y toco con mis ojos las estrellas,
pendientes como telas de araña celestiales
contra el cielo raso de esta iglesia.

Restauradora de la vida, dame:
la limitación del color sobre tus ojos,
el agolpado murmullo que habita en ti,
como la exhalación o soplo que en un día
encendió la yesca de este amor.

Restauradora de mi muerte, dame,
celajes, un cielo contenido, contenido de puro cielo,
borbotones de luz encadenada,
la intacta imagen de tu piel ante mis ojos
soplando como un velero al viento y a tu piel.

Dame,
aquel murmullo tuyo
que habita allí donde tu vista recae. Dame
tu imagen intacta ante mis ojos pasajeros,
tu recuerdo que habita en mis sentidos mientras una
paloma sicalíptica, que habla
con el peso veraz de su palabra,
nos contempla con brotes de contenida quietud y alas
en verdad adormecidas, casi nocturnas
bajo la fuerte osamenta de las vigas,
y dice:


LA PALOMA

Yo sigo
con los ojos en procura del imago, lo oigo
tiritar de súbito amor, despavorido,
una frágil silueta dibuja su figura
y la sombra dibujada que él ya es
furtivamente se retrae,
su humedad oscura se desvanece
y cae.

(En la penumbra de su propio cuerpo,
agolpada de amor, contrita de carne, iluminada,
finalmente, la sombra duerme.)







.