miércoles, 7 de mayo de 2008

CORPORACIÓN CERVESUR: 104 AÑOS HACIENDO EMPRESA PARA EL PERÚ

Por Hugo Yuen

(*) Publicado en la Revista de la Sociedad Nacional de Industrias (febrero 2002)

 Las empresas que conforman el grupo ostentan una facturación anual de más de 100 millones de dólares.
 Decenas de miles de familias dependen directa e indirectamente de los puestos de trabajo que crean sus negocios.
 Colocando sus productos en los competitivos mercados de 21 países de América, Asia y Europa, Corporación Cervesur genera divisas para el desarrollo del país.


Cuando en 1898 Ernesto Günther, con un capital de dos mil libras, funda la empresa que dio origen a la CORPORACIÓN CERVESUR, no atisbó cómo la filosofía empresarial que inculcó en la corporación desde sus inicios se constituiría, con el paso del tiempo, en el más grande patrimonio empresarial del grupo hasta convertirla en la sólida corporación que es, participando activamente en diversos sectores de nuestra economía.

Hoy en día, con más de un siglo de existencia, la corporación continúa por el mismo camino de liderazgo, desarrollo e innovación que fue impreso por su fundador y que le ha permitido la diversificación de sus inversiones y el fortalecimiento de cada una de las empresas que la integran.

LAS EMPRESAS

Con una facturación anual que supera los 100 millones de dólares, CORPORACIÓN CERVESUR está conformada por un grupo de exitosas empresas que compiten en los sectores industrial, agroindustrial y de servicios, diversificación que es resultado de la constante búsqueda de oportunidades de inversión que ha permitido la consolidación del holding. Conforman la corporación las siguientes empresas: CREDITEX; ALPROSA; TRANSALTISA; COMERCIO, SERVICIOS E INVERSIONES; PROAGRO; SERVICIOS AÉREOS AQP; ANACONSA, e INMOBILIARIA 301. Adicionalmente, CORPORACIÓN CERVESUR detenta una participación importante en AFP Profuturo, Compañía de Seguros La Positiva, Corporación Aceros Arequipa, Investa S.A.B., Investa Consultores y Edificaciones El Pacífico.

CREDITEX es una empresa dedicada a la actividad textil que ha logrado ubicarse en el primer lugar en su sector a nivel nacional. Cuenta con diferentes plantas industriales ubicadas en Lima, Sullana, Piura, Trujillo y Pisco y es el principal exportador peruano de prendas de tejido plano para las más reconocidas marcas internacionales.

ALIMENTOS PROCESADOS S.A. (ALPROSA) está dedicado a la fabricación de alimentos enriquecidos lácteos, papillas infantiles y alimentos balanceados para el sector pecuario. Su producción se apoya en equipos de última tecnología y una cuidadosa selección de materias primas e insumos. Ello permite obtener alimentos de alta calidad en total concordancia con las normas y estándares internacionales que establece la FAO y la Organización Mundial de la Salud.
TRANSALTISA S.A. es una empresa proveedora de soluciones logísticas integrales que en los últimos años ha logrado una amplia cobertura nacional incrementando su capacidad de transporte y basando su desarrollo en innovadores y eficientes sistemas de operaciones, brindando sus servicios hacia Perú, Chile, Bolivia y Ecuador a través de sus divisiones de transporte de hidrocarburo, transporte minero y transporte de manufacturas.

COMERCIO, SERVICIO E INVERSIONES S.A. es una agencia de Publicidad Integral que ofrece una amplia gama de servicios publicitarios y marketing, cuenta con personal calificado de amplia experiencia, así como sistemas y equipos de última tecnología. CSI opera en las siguientes áreas de especialización: Investigación de Mercados; Asesoría de Marketing; Diseño y Creatividad, y Producción de Elementos Publicitarios.

PROCESOS AGRO INDUSTRIALES S.A. (PROAGRO) es una empresa dedicada a la agroindustria de exportación. Las labores de esta empresa involucran a PROCAMPO, dedicada exclusivamente a la labor agrícola, y a PROAGRO, encargada de la gestión comercial. El principal producto de exportación de PROAGRO es el espárrago verde fresco, habiendo desarrollado otros productos de exportación.

SERVICIOS AÉREOS AQP S.A. (AQP) es una empresa aérea de servicio no regular con una posición consolidada en el sector de la aviación comercial. A su vez, AQP Viajes y Turismo desarrolla operaciones vinculadas a la organización de eventos. Recientemente se ha incorporado a la más grande y reconocida cadena mundial de viajes, American Express Corporate.

ANALISTAS Y CORREDORES DE SEGUROS S.A. (ANACONSA) es una empresa dedicada a la asesoría y corretaje de seguros, siendo en la actualidad una de las organizaciones más importantes del rubro. Su estrategia de atención al cliente, basada en brindar un servicio integral, le ha permitido ampliar sus operaciones en todo el país.

INMOBILIARIA 301 S.A. Creada con el objetivo de comprar, vender y administrar inmuebles, la empresa se dedica también a negociar inversiones en la bolsa de valores, por lo que INMOBILIARIA 301 opera dos áreas consolidadas: La división inmobiliaria y la división inversiones.

APOSTANDO POR EL PERÚ

Pero, independientemente del éxito alcanzado por cada una de estas empresas, tal vez la principal contribución de CORPORACIÓN CERVESUR al país sea ser generadora de divisas por su actividad exportadora y ser fuente de empleo, pues sus productos llegan a 21 países de América, Asia y Europa, propiciando que la frase “Hecho en el Perú” sea sinónimo de Calidad. Asimismo, en la actualidad más de 2800 trabajadores, y decenas de miles de familias dependen directa e indirectamente de los trabajos que la corporación genera ya sea en la agricultura, la industria o el comercio a lo largo y ancho del territorio nacional.

Andrés von Wedemeyer, Presidente Ejecutivo de CORPORACIÓN CERVESUR, es claro cuando afirma que “No es posible que las empresas generen riqueza y propicien su desarrollo si, al mismo tiempo, no actúan directamente en favor del desarrollo de la sociedad que las cobija”. Así, CORPORACIÓN CERVESUR no sólo ha creado valor para sus productos a lo largo de su extensa historia empresarial, sino que también lo ha hecho para el Perú en su conjunto y para cada comunidad en la que se desenvuelve.

JOSÉ GARCÍA CALDERÓN: “CLARO QUE EN LA VIDA TAMBIÉN HAY PESADILLAS, PERO MIS SUEÑOS ME HAN AYUDADO A SUPERAR LAS PESADILLAS”

Publicado el 2002 en diarios de Arequipa

Por Hugo Yuen

José García Calderón Bustamante, Vicepresidente de Corporación Cervesur, es, qué duda cabe, uno de los últimos patricios de la Arequipa de siempre. Su participación en la vida empresarial de la ciudad se remonta a hace poco más de medio siglo, tiempo en el cual su admirable tesón ha sido soporte fundamental para varias de las empresas más importantes de la región y del país. Abogado, ex Alcalde de Arequipa y empresario, en marzo último celebró 50 años como Miembro del Directorio de Corporación Cervesur, grupo económico nacido en Arequipa, uno de los más importantes del Perú y que, en más de un siglo de existencia empresarial, se ha constituido en la corporación heráldica del sur del país.

Nacido en Arequipa el 20 de febrero de 1922, hijo de Juan Manuel García Calderón Romaña y doña Jesús Bustamante de la Fuente, José García Calderón es el tercero de cinco hijos. Estudió en el Colegio La Salle de Arequipa, siendo discípulo del hermano Anselmo María. Se graduó como abogado en la Universidad Nacional de San Agustín (institución que en 1998 lo nombró Profesor Honorario de su Facultad de Derecho); es socio fundador de su estudio de abogados. Ha sido Alcalde de Arequipa durante 1958 y 1959. Miembro del Directorio de Corporación Cervesur desde el 5 de marzo de 1952, fue elegido Presidente del Directorio el 5 de febrero de 1975, cargo que ocupó hasta marzo de 2000. Ese mismo año fue nombrado Vicepresidente del Directorio, cargo que desempeña actualmente. Es Presidente del Directorio de la Mansión del Fundador S.A.. y Euromotors S.A. Es también Vicepresidente del Directorio de las diversas empresas que conforman la Corporación Cervesur, las mismas que son representativas de los sectores textil, transportes, agroindustrial, turismo, inmobiliario, agricultura, seguros y publicidad integral. En 1962 fundó el Banco del Sur del Perú, del que ocupó la Vicepresidencia del Directorio durante varias décadas. En su calidad de empresario, ha sido elegido en repetidas oportunidades miembro del Directorio de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa.

Por todo ello, José García Calderón no solo es la memoria viva de los últimos 80 años de historia de nuestra ciudad, sino que, además, se constituye en fuente permanente de optimismo, capacidad emprendedora y amor por Arequipa. La presente entrevista, realizada en marzo último, procura ser tanto un acercamiento como un reconocimiento y homenaje al hombre, al empresario y al arequipeño.

Hace 50 años se inician sus actividades empresariales. ¿Recuerda en qué circunstancias se produce ello?


En realidad es un poco más de medio siglo, porque cuando era estudiante universitario ya trabajaba en algunos quehaceres empresariales. Allá por el año 1945 consolidé una herencia que tenía mi padre, hice junto con mis hermanos un arreglo familiar y pasamos a ser propietarios y a administrar esta hacienda que se hallaba entre Arequipa y Puno.

¿Cómo se llamaba la hacienda?

Coline. Era una sociedad. Sociedad ganadera La Cabaña, se llamaba. El manejo de la hacienda era sumamente difícil, muy complicado, pues había que trabajarla con mucho empeño. Estaba entre 4mil y 5 mil metros de altura. Yo ayudaba a mis hermanos, que eran los que trabajaban esto directamente. Primero mi hermano Fernando y después Luis. Pero yo estaba siempre al tanto y colaborando en todo.

¿Qué tipo de ganado criaban allí?

Alpacas. Como usted sabe estos animales tienen hasta 12 colores naturales, de los cuales el de mayor demanda en el extranjero es el blanco. Nosotros trabajamos durante 17 años para conseguir un 95% de lana blanca en nuestra hacienda, y lo logramos, sólo por cruce de ejemplares, mediante un trabajo metódico con mi hermano, que es ingeniero agrónomo,. Ese fue un trabajo estupendo.

Sin embargo, luego vino la Reforma Agraria y todo ese trabajo de años desapareció. Ahí está el fundo, botado, abandonado, porque los pequeños propietarios no pueden trabajar en tierras tan difíciles.

El inicio de mi trabajo fue en realidad ese. Por eso fui nombrado Gerente de la Asociación de Criadores Lanares, lo que me permitió enterarme de todo el movimiento de la ganadería del sur de ese entonces.

¿Y su ingreso a la Corporación Cervesur?

Mi primer cargo en la Corporación Cervesur fue de Secretario del Directorio. Posteriormente fui nombrado Director Suplente, con el encargo expreso de trabajar en la lotización y venta del fundo Ongoro de la Corporación, que tenía mil hectáreas en Majes. La corporación no quería mantener la propiedad de ese fundo porque ya se hablaba de la Reforma Agraria, se presentaban proyectos y se hacían mil cosas. Entonces, a la vez que tenía mi oficina y trabajaba en la asociación, me dediqué a este encargo con gran dificultad en ese momento, pero al final se cumplió con lotizar y vender el fundo, con lo que la corporación no tuvo nada que perder con la Reforma Agraria. Ese primer nombramiento de Director Suplente fue hace 50 años. Fue un 5 de marzo hace medio siglo.

Allí, durante varios años, trabajé en diferentes cosas, pues el cargo de Director no era precisamente muy activo, pese a que el encargo de la venta del Fundo Ongoro tomó varios años.

¿Y cómo surge la idea de crear el Banco del Sur?

La creación del Banco del Sur fue parte de un proceso grande y complejo, en el que también se descentralizó la banca estatal (en 1958 el Banco Central Hipotecario abrió, por ejemplo, una oficina en Arequipa; en 1964 lo hizo el Banco Industrial). En 1962, el mismo año en que se crea el Banco del Sur del Perú también se crea la Caja de Ahorro y Préstamo para Vivienda (la Mutual Arequipa).

Yo acogí la idea de don Javier Belaúnde, que era Diputado por Arequipa, quien nos propuso la formación de un banco regional en la ciudad. Acogí esa idea y la extendí, entre otros, a quienes me habían acompañado cuando fui Alcalde y que habían trabajado tan sacrificadamente conmigo, invitándolos a formar este Banco y a comenzar esta aventura, porque en aquel entonces fue una aventura.

¿Así se conformó el Directorio?

En un principio sí. Luego fue cambiando un poco. Fuimos llamando a gente notable que se incorporó poco a poco al grupo. EI Ing. Francisco Valencia Paz fue nombrado desde un inicio Presidente del Directorio y yo Vicepresidente, y ahí permanecí trabajando indirectamente, desde esta mi oficina, durante 35 años.

Pero usted también forma parte de otros Directorios...

Con ese grupo de emprendedores amigos formamos otras empresas: Arequipa Motors, que después fue Chevrolet Arequipa y ahora se llama Sur Motors. Luego, con otro grupo más o menos parecidos de ocho amigos fundamos Divesa, que era la distribuidora de Volskwagen, que trabajó muchísimos años, pero que por la crisis no pudimos mantenerla operando.

Sin embargo, hace poco creó usted Euromotors...

Bueno, sí, con tres amigos y teniendo la participación de algunos capitales extranjeros, formamos una empresa en Lima para recuperar la representación de la Volswagen y Audi, porque la habían dejado los antiguos concesionarios y estaba por perderse. Así que formamos Euromotors, que es una empresa para la representación en el Perú de Volskwagen, Audi, la Fiat española y la checoslovaca también. Es una empresa que va creciendo exitosamente y empezamos a salir a otros mercados fuera de Lima. Actualmente mi hijo Francisco es el Gerente de la empresa.

Sin embargo, hay un lapso de 2 años –entre 1958 y 1959- en que usted renuncia a la Corporación Cervesur...

Sí. Dejé la Corporación porque el año 1958 fui nombrado Alcalde de Arequipa. Entonces preferí apartarme temporalmente de la Corporación porque, como ser Alcalde de la ciudad es siempre un cargo difícil, pues tiene tanto sus posibilidades de éxito como de fracaso, opté por renunciar a todo cargo en la Corporación por espacio de 2 años, tiempo que ejercí la alcaldía de la ciudad. En ese lapso me dediqué alma vida y corazón a la Municipalidad de Arequipa.

Siendo usted Alcalde de la ciudad se produjo el terremoto de 1958, ¿verdad?

Así es. A los pocos días de que yo jurara al cargo de alcalde se produjo el terremoto de 1958, que fue devastador. Ese terremoto nos tomó totalmente desprevenidos. Fueron años feroces, angustiosos. Sobre todo al comienzo. Lograr que se promulgara la Ley de la Junta de Rehabilitación de Arequipa fue sumamente difícil y nosotros, con el Ejecutivo, que presidía el Dr. Manuel Prado Ugarteche, .logramos conseguir el apoyo de las Cámaras en el Congreso.

¿Se tuvo que concertar posiciones con diferentes sectores políticos que tenían propuestas particulares? Nos referimos, específicamente a la Democracia Cristiana...

La Democracia Cristiana que estaba en el Congreso con una buena representación por Arequipa (Julio Ernesto Portugal y Mario Polar Ugarteche en el Senado, y Javier de Belaúnde, Jaime Rey de Castro, Roberto Ramírez del Villar, Héctor Cornejo Chávez y Jorge Bolaños en Diputados), presentaron por su lado otros proyectos, pero finalmente logramos compenetrarnos y hacer uno solo que fuera apoyado tanto por nosotros, que éramos nombrados por el Ejecutivo en ese entonces, como por la bancada de la oposición en las Cámaras, que era, en efecto, la Democracia Cristiana. Así se aprobó la Ley que creó la Junta de Rehabilitación de Arequipa.

Esa Ley, la 12972, se promulgó el 27 de marzo de 1958, es decir, apenas dos meses y medio después de producido el terremoto. Fue un tiempo récord. ¿Qué recuerda usted del momento de su promulgación?

Fue un éxito para Arequipa. El mismo Presidente de la República, el Dr. Prado, vino hasta Arequipa para entregárnosla personalmente. Es cierto que el 20% de las rentas eran para la Municipalidad y el 80% para la Junta. Pero ambas instituciones trabajaron juntas ardorosamente, no sólo los dos años en que fui yo Alcalde, sino posteriormente también, con la Junta de Obras Públicas, La Junta de Rehabilitación, y se logró un éxito que siempre ha sido reconocido.

¿Dónde se produjo la entrega de la autógrafa de la Ley?

En la Municipalidad, en el antiguo Salón porque en ese entonces estaba todavía en reconstrucción.

¿Dónde funcionaba la Municipalidad cuando usted era Alcalde?

La Municipalidad funcionaba ahí mismo, pero era un local pequeñísimo.

¿No funcionó en alguna época en donde queda ahora la Biblioteca Municipal?

No, eso fue mucho antes. En mi época funcionaba ahí la Municipalidad pero era tan sólo un callejón largo donde estaban todas las secciones. Era poco funcional e incómodo. En mi gestión se compró la casa de a lado y el solar que daba a espaldas del Municipio, que da a Palacio Viejo.

Nosotros dejamos todas estas propiedades listas para que, quien nos sucediera hiciera el Palacio Municipal. Él reconstruyó todo. Así, el nuevo Palacio Municipal se comenzó en mi época y se terminó dos o tres períodos después. Hay una placa al ingreso de la Municipalidad que da cuenta de los Alcaldes que intervinimos en la construcción del edificio.

Esa labor por la ciudad que usted desarrolló en aquella oportunidad tuvo múltiples reconocimientos, pero hay uno especial, que le hizo el gobierno Venezolano. ¿Nos puede referir cómo fue?

Producido el terremoto, Venezuela hizo una donación para los damnificados de Arequipa y su Embajador vino acá a constatar como se había invertido los fondos de la donación. En la Municipalidad, que administró estos fondos, se procedió a mostrarle las obras ejecutadas, así como la documentación correspondiente, y quedó tan impresionado por los trabajos efectuados así como por el orden administrativo con que se había procedido, que tuvo la gentileza de propiciar que su gobierno me otorgara la Orden de Miranda. Un honor inmerecido, por supuesto, pero que acepté por el pueblo de Arequipa.

Y las restauraciones de casonas coloniales en las que ha estado empeñado toda su vida...

Con la familia de mi suegro, la familia Portugal, hicimos la Galería Colonial y salvamos ese viejo inmueble que estaba prácticamente en la ruina, restaurándolo y conectándolo con una galería comercial vecina -dicho sea de paso, fue un trabajo muy duro convencer a los otros dueños para que aceptaran la conexión, pero al final se hizo y la Galería Colonial fue tanto un éxito comercial como un aporte también para Arequipa.

Eso es interesante porque son pocos los empresarios arequipeños que, aparte de hacer empresas, también hayan apostado con cariño, con especial dedicación, a la recuperación del patrimonio arquitectónico de la ciudad.
Es una combinación de placer, de gusto y de añoranza por las cosas de antaño y los valores que se van perdiendo. Es, en realidad, una combinación un poco romántica. Es el caso de La Galería Colonial, el Molino Blanco y El Palacio de Huasacache...

¿De dónde le viene ese amor por la arquitectura arequipeña, acaso de cuando, como Alcalde, tuvo que reconstruir la ciudad luego del terremoto?

No. Siempre me ha gustado -desde niño- la arquitectura colonial. Mis tíos tenían una hacienda, Tahuaycani, donde había una linda casona colonial, y mi abuela nos llevaba ahí a pasar unas temporadas, porque yo sufría un poco de los bronquios y era recomendable ir allí cada cierto tiempo. Así que casi todos los años, desde que tuve 5 ó 6 hasta los 15, probablemente, íbamos al campo con mi abuela y esa casa colonial era mi fascinación.

Soñaba con algún día tener una propiedad así, valiosa, colonial, hasta que llegué a conseguir el Molino Blanco y después la Mansión del Fundador, y también una casita muy bonita que compramos y reparamos para mi madre, porque mi madre también amaba mucho este tipo de arquitectura. Quizá la afición me venga de ella; de mi padre me viene la afición por las cosas antiguas. Mi infancia está plagada de ese tipo de recuerdos.

Y luego del terremoto del 58, como Alcalde, tuvo que poner en práctica esa afición restauradora...

En el terremoto del año 58 los portales de la Plaza de Armas quedaron prácticamente destruidos. Los tuvimos que apuntalar por todo lado y luego los tuvimos que botar. Durante los dos años de mi gestión edil, paralelamente a muchas otras obras, reconstruimos la Plaza de Armas tal y como fue en la época primitivísima de la ciudad y, creo que posiblemente con más elegancia y con más garbo. Hicimos un concurso y por último contratamos al Ing. Alba Manfredi, un experto que nos recomendó Belaúnde cuando era decano del Colegio de Arquitectos en Lima, y con él reconstruimos la Plaza de Armas. Recuerdo que cuando abandoné la comuna dejé licitado el último portal que me faltaba hacer, que era el de la Municipalidad, o sea que también es para mí o para todos los que me acompañaron en ese entonces un gran orgullo el haber reconstruido la Plaza de Armas de Arequipa como fue realmente en la época colonial.

Se reconstruyó el símbolo de la ciudad...

En efecto. Y es curioso, ya han pasado más de 40 años y creo que ha sido siempre muy bien apreciada sobre todo por la gente de fuera, por la gente que viene de otros sitios y conoce algo de arquitectura. Es un orgullo para Arequipa, y creo que en ese momento en que había una crisis, una sensación colectiva de desengaño y mucha depresión en toda la gente, eso fue, efectivamente, un símbolo que ayudó a Arequipa a sentirse fuerte, a sentirse nuevamente empresarial. Se creó la junta de administración del Parque Industrial, la fábrica de cemento, se hicieron todas esas cosas porque la gente recobró su fe en la ciudad, lo que tristemente ahora vemos que no sucede porque estamos caídos y deprimidos. En fin, este espíritu empresarial y mi empeño por sacar adelante los negocios también se ha combinado, para satisfacción y gozo personal, en algo que es bello y que entraña el corazón, el fondo de Arequipa.

Hay un proyecto suyo que los arequipeños jóvenes no conocen. Usted ya lo mencionó: El Molino Blanco. ¿Cómo surge esa restauración?

Bueno, yo siempre inquieto y pensando en estas cosas, ya de niño había conocido el molino de Santa Catalina, en San Lázaro, que estaba prácticamente en ruinas (había ahí una herrería). Entonces propuse a las monjitas de Santa Catalina que me vendieran el local, que estaba casi perdido, y como ellas necesitaban también para la remodelación de su local, porque en ese momento se estaba restaurando Santa Catalina, entonces me vendieron el molino y me metí, una vez más, en una aventura tremenda.

¿Por qué tremenda?

Tuve juicios con quienes tenían la posesión del inmueble, se tuvo que arreglar la titulación y cuanta cosa se imagina, hasta que logré rehabilitar el local como fue, -tal vez mejor de lo que fue-, y durante algún tiempo funcionó como un hotelito muy acogedor y reservado. Era un hotelito muy famoso, reconocido en todas partes.

Pero ya no opera como hotel...

Desgraciadamente no funcionaba bien como negocio porque el gobierno de entonces controlaba las tarifas. No se por qué el gobierno tenía que meterse a controlar incluso las tarifas de los hoteles. En esa época, comienzos de los 70, no me dejaban cobrar 15 dólares por persona, así que tuve que cerrar El Molino Blanco, pero lo utilicé yo y, lo digo con mucha satisfacción, esa fue también una obra de constancia, de tesón.

¿Y la Mansión del Fundador?

Hace algunos años, hace 20, para ser más precisos, el Banco Central Hipotecario estaba empeñado en comprar la casa que fue de los Goyeneche, en Huasacache, que estaba hecha una ruina. Yo estaba ayudando por ayudar, y porque se salvara esta propiedad y se lograra reconstruirla, hasta que fracasó el esfuerzo del Banco Hipotecario.

Y, entonces...

Entonces, un día conversando en un club con cinco amigos, les contaba que era una lástima que hubiera fracasado esta gestión para que el Banco Hipotecario restaurara el Palacio de Goyeneche y, bueno, les conté detalles de cómo la familia había bajado sus pretensiones por el inmueble hasta un monto bastante razonable y, de repente, uno de los amigos me dice “bueno, vamos a hacerlo nosotros con una condición: tú te encargas de todo, planos reconstrucción, poner en movimiento los juicios, todo”, y me lancé a una de esas aventuras...

¿También le trajo complicaciones?

Nunca pensé en él como un negocio, como que no lo es ahora, pero me lancé a esa aventura por amor al arte, como se dice, y bueno, fue una cosa superior a lo que yo había pensado en un inicio. Compramos los primeros dos mil metros cuadrados con la casa y una entrada. El inmueble tenía un juicio, que estaba ganado por parte de la familia que nos vendió el inmueble en el Tribunal de Reforma Agraria y los Tribunales de Tierras. Sin embargo, me llevé un chasco porque una vez comprado el predio nos siguieron el juicio que involucraba tres topos de terreno que eran indispensables para la obra que se pretendía hacer.

¿Cómo evolucionó el juicio?

Tuvimos que litigar durante 10 años, 10 años duró el juicio hasta que lo ganamos en el bendito Tribunal Agrario. El expediente subía, bajaba, lo anulaban, volvía a subir, pero mi tenacidad ganó y conseguí recuperar esos 10 mil 500 metros cuadrados, que ya eran algo con los dos mil que nos habían dejado. Luego, durante veintitantos años hemos seguido trabajando para conseguir comprar un terrenito de tres topos a un lado, de un topo al otro, de otro topo al otro, de medio topo a un lado, hasta llegar a los 75 mil metros cuadrados que tiene hoy día la Mansión del Fundador, debidamente cercados en un lugar excepcional.

¿Valió la pena?

Creo que es un aporte para salvar las obras arquitectónicas coloniales de Arequipa y esto no es sólo mérito mío, porque en realidad cada vez que era necesario, casi todos los años, tenía que escarbar en mis bolsillos o en los bolsillos de mis amigos para pedir aportes de dinero, pequeños aportes, así durante veintidós años, desde 1980, hasta lograr lo que es hoy, un lugar reconocido por todo el mundo.

Cambiando de tema, ¿fue Ernesto von Wedemeyer quien le animó por la equitación?

Sí. Aunque siempre he sido amante de la naturaleza. En mi vida no sólo he pensado y trabajado sino que también he hecho mucho deporte: jugaba, frontón en el Club Internacional, en donde soy socio vitalicio. Incluso actualmente voy a caminar dos o tres veces por semana al Club.

¿Y la equitación?

Pues sí, esa afición la compartía con mi gran amigo Ernesto von Wedemeyer y después también con los chicos (sus hijos). Ernesto hizo que me entusiasmara por ese deporte, en ir al club hípico, en comprar caballos. Tal fue mi afición que he montado a caballo hasta los 70 años. Después ya no pude porque me lo prohibió el médico. Sólo entonces tuve que dejarlo. Yo solía ir a caballo por todo lado, dónde no he ido a caballo: Quequeña, Yarabamba, Pocsi, y, uf, por los alrededores, los cerros de la Caldera, camino a Tingo, Tingo Grande, salía casi todos los sábados y domingos a pasear a caballo por todos los alrededores de Arequipa.

¿Puede mencionar al grupo de amigos que lo acompañó en todas esas aventuras empresariales que nos ha referido?

Es un grupo muy valioso para Arequipa: Ernerto von Wedemeyer (casi un maestro para mí), el Dr. José Valencia Dongo (mi compañero de Universidad, con quien hice toda la carrera), Francisco Valencia Paz (quien acompañó en la Municipalidad y en todas las empresas), Juan Bustamante Romero; Manuel Bustamante Olivares; Renzo Lucioni; Herbert Rickets; Gonzalo Bedoya; Luis.Lidman; Carlos Pedraglio; Guillermo Lira Harmsen (viejo amigo, compañero de colegio y de toda la vida), Wolfang von Wedemeyer; dos amigos jóvenes de otra generación: Andres y Jorge von Wedemeyer; Luis Alonso, Luis Alberto Sardón, don Sergio Giraldo Morodíaz; (un hombre que siempre apoyaba todas la ideas nuevas), don José Arredondo; mi hermano Fernando, mi hermano Luis (que es Director de Surmotors y un gran colaborador mío), mi hermano Mario (que murió en Estados Unidos, en Huston, el mismo día que moría Kennedy), mi hermano Alfredo. En fin, son sólo algunos.

Y, evaluando todas las cosas que ha hecho a lo largo de su fructífera vida, ¿cuál cree que sea su principal virtud?

Dicen que siempre las empresas son 10% inspiración y 90% transpiración, y así ha sido en mi caso. No creo ser un hombre excepcionalmente dotado para nada, pero creo que sí puedo señalar como una cualidad mía, sin que esto signifique un acto de vanidad, mi constancia, porque donde he intervenido he permanecido luchando hasta el final, hasta el último momento.

Todos los empeños en que he estado abocado en mi vida son obras en las que he puesto a prueba mi más grande constancia, mi tenacidad y mi esfuerzo, porque si bien es cierto que mi cargo era de Director y no implicaba una labor ejecutiva directa, yo puedo asegurarle que probablemente en estos cincuenta años nunca he pasado un día sin pensar en los problemas de las empresas en que estaba yo empeñado, y de buscar las soluciones, y dar vuelta a los problemas, y de aconsejar, y conseguir con esta tenacidad que me caracteriza que las cosas marchen. Y deben haber marchado cuando me han aguantado 50 años...

¿Algunos recuerdos malos?

Ha habido malos ratos, claro, como todo en la vida, pero están casi olvidados. Creo que en el fondo soy un hombre soñador de sueños bellos y, por supuesto, he tenido suerte. El destino, la ayuda de la Divina Providencia me han permitido realizar algunos de mis sueños. Claro que en la vida también hay pesadillas, tremendas pesadillas, pero, como decía el poeta: “mis sueños me han ayudado a superar las pesadillas”. Creo que esa frase es la que resume en pocas palabras mi vida.





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JOSÉ GARCÍA CALDERÓN: UNO DE LOS ÚLTIMOS PATRICIOS DE AREQUIPA

(*) Publicado en Arequipa al Día el 2002

Por Hugo Yuen

Su delgada y pulcra imagen se recortó nítidamente sobre el fondo de madera y cuero de los muebles antiguos que pueblan los diferentes ámbitos de su estudio. El 25 de marzo último, con sus 80 años llenos de dignidad, José García Calderón nos recibió, con la caballerosa cortesía que le es natural. Empresario, ex alcalde y “restaurador por amor al arte” -como le gusta referirse a su valiosa contribución a la preservación de nuestro patrimonio arquitectónico- es, ¡qué duda cabe!, uno de los últimos patricios de la Arequipa de siempre.

Por ello, enterados que este 5 de marzo celebró 50 años como empresario, y que diversas instituciones de la ciudad se habían propuesto tributarle un reconocimiento especial por ese medio siglo dedicado a hacer industria y generar riqueza para el Perú, nos apuramos a pedirle que hiciera un alto en sus siempre múltiples actividades como vicepresidente de Corporación Cervesur, para conversar unos momentos y, mirando atrás, contemplar con él ese medio siglo transcurrido, tan lleno de historia y de futuro para Arequipa, que él nos lega. Esta reseña pretende dar apretada cuenta de esa conversación.

De familia de juristas de reconocido prestigio -recuérdese la figura de Francisco García Calderón Landa, quien tuvo la valentía de aceptar la Presidencia Provisional de la República durante la ocupación chilena, negándose a negociar la cesión territorial, por lo que fue sometido a expatriación y cárcel en Chile(1); autor del célebre Diccionario de la legislación peruana, publicado por la librería francesa de Laroque Jeune en 1879 y considerado como una de las joyas jurídicas latinoamericanas más importantes del siglo XIX(2)-, José García Calderón Bustamante nació en Arequipa el 20 de febrero de 1922, cuando la ciudad todavía mantenía el bello aire bucólico que la hizo famosa. Según señalan los anales de la época, funcionaban por entonces en Arequipa 17 fundiciones, 15 fábricas de jabón, 11 curtiembres, 4 molinos de trigo, 4 fábricas de tejidos y 11 empresas diversas(3).

Hijo de Juan Manuel García Calderón Romaña y doña Jesús Bustamante de la Fuente, José García Calderón se formó en el colegio La Salle, graduándose luego como abogado por la Universidad Nacional de San Agustín.

LOS INICIOS

Es en ese momento, al promediar la década de 1940, al tiempo que concluía sus estudios de Derecho, que José García Calderón inicia sus primeras escaramuzas en la gestión empresarial. Consolidando una herencia paterna emprende, con sus hermanos, la administración de la Sociedad Ganadera La Cabaña, que manejaba la hacienda Coline, ubicada entre los 4 000 y 5 000 m.s.n.m., entre Arequipa y Puno.

José García Calderón refiere, con justificado orgullo, que una tesonera labor permitió que, luego de 17 años de trabajo, por sólo cruce de ejemplares, consiguieran que las alpacas que criaban en la hacienda tuviera un 95% de lana blanca (la más preciada en el mercado internacional). Un trabajo estupendo que ya anunciaba su temple y constancia a prueba de todo, que le valió ser nombrado luego como Gerente de la Asociación de Criadores Lanares de Arequipa.

EL EMPRESARIO

Habiéndose iniciado, también por ese entonces, como Secretario del Directorio de Corporación Cervesur, el 5 de marzo de 1952 José García Calderón es nombrado Director de la corporación, con el encargo expreso de trabajar la lotización y venta de las 1 000 has del fundo Ongoro, ubicado en Majes, empezando así su fructífera labor en Corporación Cervesur.

En 1962, acogiendo una idea de Javier Belaúnde, entonces Diputado por Arequipa, asume el reto de crear un banco regional, incorporando en el proyecto a un grupo de emprendedores empresarios arequipeños. Así, el mismo año que se crea la Caja de Ahorro y Préstamo para Vivienda (Mutual Arequipa)(4), nace el Banco del Sur del Perú que, bajo la Presidencia de Francisco Valencia Paz y la Vicepresidencia de José García Calderón, comienza a operar en su primer local, en la esquina de Moral y Jerusalén, en lo que fuera la casa familiar de los García Calderón, remodelada y acondicionada como sede del banco.

Desde entonces, con un grupo similar de amigos empresarios desarrolló otros proyectos: Divesa; Arequipa Motors, que después fue Chevrolet Arequipa, y ahora es Sur Motors, y, hace apenas unos años, cuando muchos empresarios no se animaban a apostar por el país, José García Calderón, dando una vez más muestras de temple y constancia, creó en Lima Euro Motors, para la representación en el Perú de Volkswagen, Audi y Fiat. En la actualidad, la empresa ha empezado a expandir su cobertura fuera de Lima para cubrir el territorio nacional.

En 1975 fue elegido Presidente del Directorio de Corporación Cervesur, que desempeñó hasta el 2000, en que fue nombrado Vicepresidente de Directorio, cargo que ocupa actualmente.

Es también Vicepresidente de Directorio de las empresas de Corporación Cervesur: Creditex; Transaltisa; Alprosa; Comercio, Servicios e Inversiones (CSI); Proagro; Servicios Aéreos AQP; Anaconsa, e Inmobiliaria 301, vinculadas a los rubros textil, trasnportes, agroindustria, publicidad integral, agroexportación, turismo y seguros, entre otros.

EL ALCALDE

Sin embargo, entre 1958 y 1959 hace un paréntesis en sus actividades empresariales y renuncia temporalmente a Corporación Cervesur para ejercer “con alma vida y corazón” la alcaldía de la ciudad.

A los pocos días de juramentado como alcalde, al promediar las dos de la tarde del 15 de enero de 1958, se produjo un terremoto clasificado como de grado VII en la escala modificada de Mercalli. El movimiento sísmico causó la muerte de 28 personas y dejó 133 heridos. La destrucción material fue enorme(5).

Desde la Municipalidad, José García Calderón tuvo que asumir el liderazgo de la ciudad e iniciar las gestiones para posibilitar su reconstrucción. “Fueron años feroces, angustiosos. Sobre todo al comienzo”, señala.

Pero 71 días después, el 27 de marzo, el Presidente Manuel Prado promulgaba la Ley 12972, que crea la Junta de Rehabilitación de Arequipa, para lo cual, desde el Municipio, José García Calderón hubo de concertar con la oposición en el Congreso para que juntos apoyaran el proyecto. Fue un éxito rotundo. El mismo Presidente Prado vino a Arequipa para entregar la autógrafa de la Ley al Dr. José García Calderón, en su condición de Alcalde de Arequipa. Demás está decir el importante rol que le cupo desempeñar a la Junta en la recuperación y posterior desarrollo de la ciudad.

Ya al asumir el cargo de burgomaestre se había propuesto mejorar, entre otras cosas, el Palacio Municipal, que no era sino un largo y angosto callejón al que convergían todas las secciones del cabildo. Fue durante su gestión que se compraron los solares aledaños (los laterales y el posterior, que da a la calle Palacio Viejo), dejando el terreno listo para que gestiones siguientes construyeran el actual Palacio Municipal(6).

Como consecuencia del terremoto, los portales de la Plaza de Armas quedaron prácticamente destruidos. El Municipio tuvo que apuntalarlos primero y demolerlos después, para iniciar, acto seguido, su reconstrucción. Durante los dos años de su gestión municipal, paralelamente a muchas otras obras, reconstruyó la Plaza de Armas siguiendo sus patrones coloniales. Fue el arquitecto Alba Manfredi quien tuvo a su cargo el trabajo, quedando al finalizar 1959 ya licitado el Portal de la Municipalidad, en tanto que los demás estaban ya restaurados.

Fue entonces que visitó nuestra ciudad el Embajador de Venezuela en el Perú, con el encargo expreso de observar qué había hecho el municipio arequipeño con el apoyo económico que ese país nos había brindado a causa del terremoto. El Dr. García Calderón dispuso de inmediato que se le mostraran las obras ejecutadas, así como la documentación contable que sustentaba los gastos. Fue tal el orden y la transparencia mostrados que el Embajador gestionó ante su gobierno para que le confirieran la Orden de Miranda al alcalde de Arequipa, como reconocimiento a la labor desarrollada.

EL RESTAURADOR

Desde niño José García Calderón tuvo especial fascinación por la arquitectura colonial arequipeña. Sus tíos poseían la hacienda Tahuaycani, donde había una linda casona colonial (hoy sede del grupo Inca), al que la familia lo llevaba anualmente por largas temporadas. Allí, junto a sus padres, aprendió a apreciar la arquitectura arequipeña y a estimar las cosas antiguas.

“Es una combinación de placer, de gusto y añoranza por las cosas de antaño y los valores que se van perdiendo”, señala y añade: “Es, en realidad, una combinación un poco romántica”.

Tanto en el caso de la Galería Colonial (proyecto que desarrolló con la familia de su suegro, la familia Portugal, en el que salvó un viejo inmueble para ponerlo en valor y convertirlo en galería comercial); el Molino Blanco (en el que funcionaba una herrería en los ambientes semiderruidos de lo que otrora fue el Molino del Monasterio de Santa Catalina, en San Lázaro, y que al ser restaurado funcionó por tiempo como exclusivo y acogedor hotel al pie de la campiña arequipeña), así como el Palacio de Goyeneche en Huasacache (conocido como la Mansión del Fundador), no sólo supervisó y dirigió con verdadero amor por la historia y el patrimonio arequipeños los detalles de su restauración, sino que, además, tuvo que hacer gala de su proverbial constancia para sanear las escrituras, ganar juicios y litigar en las inmarcesibles aguas de los tribunales peruanos, hasta conseguir la plasmación de los trabajos que hoy aprecian miles de turistas todos los años.

En ese espíritu empresarial y su empeño por sacar adelante los negocios en que está abocado también se ha combinado, “para satisfacción y gozo personal”, nos confiesa, “la búsqueda de ese algo que es bello y que entraña el corazón, el fondo de Arequipa”.

COLOFÓN

Han pasado dos horas desde que iniciamos esta conversación, que podría seguir ininterrumpidamente, pero su secretaria le anuncia que su agenda lo aguarda. “Dicen que las empresas son 10 por ciento de inspiración y 90 por ciento de transpiración, y así ha sido mi vida, porque donde he intervenido he permanecido luchando hasta el final, hasta el último momento.”, nos dice, como quien proclama, finalmente, un acto de fe en la vida y en sí mismo.

Con la misma amabilidad con que nos recibió -y soportó- durante esas dos horas ricas en recuerdos e historia, se levanta y nos acompaña a la puerta, despidiéndonos mientras nos estrecha la mano. Todavía sigue allí cuando, alejándonos, lo miramos por última vez y, al hacerlo, recordamos aquel párrafo en que Basadre, refiriéndose al Presidente Eduardo López de Romaña -otro arequipeño singular-, señala que, cuando éste terminó su mandato en 1903, con la modestia y sobriedad que eran famosas en él decide afincar sus cuarteles de invierno en su pueblo natal de Yura, con lo que la República ofreció por aquel entonces “el espectáculo democráticamente bello, pero inadvertido, de un ex Presidente que vivía tranquilo en un rincón de su terruño”.

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NOTAS
1 BASADRE, Jorge; Historia de la República del Perú 1822-1933 (Lima, Editorial Universitaria, 1983), t VI.
2 RAMOS NÚÑEZ, Carlos; Historia del Derecho Civil Peruano: Siglos XIX y XX (Lima, PUCP, 2000).
3 QUIROZ PAZ SOLDÁN, Eusebio; “Del comercio a la industria sustitutoria: 1919.1955”, en Historia General de Arequipa (Arequipa, Fund. M.J. Bustamante de la Fuente, 1990).
4 La Creación del Banco del Sur del Perú fue parte de un proceso grande y complejo que implicó la descentralización también de la banca estatal. Así, en 1958 el Banco Central Hipotecario abrió una oficina en Arequipa, y en 1964 hizo lo propio el Banco Industrial. Ver CARPIO MUÑOZ, Juan Guillermo; “Arequipa y la encrucijada del desarrollo”, en Historia General de Arequipa (Arequipa, Fund. M.J. Bustamante de la Fuente, 1990).
5 Ibidem.
6 En el vestíbulo del Palacio Municipal existe una placa que da cuenta de los alcaldes que intervinieron en la construcción del edificio.





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martes, 6 de mayo de 2008

CURACIÓN

Por Hugo Yuen

-¡Mierda!- Exclamó Rodrigo, al tiempo que dejó caer el tenedor sobre un costado del plato y se llevó la mano a la cara, ocultando el gesto de dolor que había transformado su rostro en un puñado de músculos contraídos.

El dolor, un relámpago de luz en sus retinas, lo cegó unos segundos hasta transformarse en una sorda punzada y tomar posesión de un extremo de su mandíbula.

Con blanda y húmeda pereza, los sonidos lejanos que llegaban a sus oídos se habían ido acercando, recuperándolo del limbo personal en el que había caído, hasta que, como una tibia crisálida al pie del capullo recién abierto, volvió a tomar consciencia de su entorno, viéndose solo y dolorido, con la mano derecha cogiéndose el mentón, sentado a una pequeña mesa del restaurante próximo a la oficina, donde solía almorzar todos los días y que, en ese momento, le pareció más bien una agitada colmena rebosando actividades múltiples y mecánicas, pero insensible a su desventura personal que, se le antojaba, era igual a la de un perro apaleado por su propio pan.

Por un momento había dejado de pensar en Claudia (la recordaba enfundada, como de costumbre en la intimidad, en un polo de algodón, con sus diminutas bragas señidas y sus kilométricas piernas desnudas, haciendo estremecer con su presencia al aire y sus afiebradas neuronas), alternativamente cándida y desafiante, loca maravillosa, ahora se había convertido en una ausencia a secas, luego de abandonarlo la noche anterior, después de una pelea particularmente violenta que terminó por romper la relación, la radio portátil y un portarretratos que se estrelló contra el piso poniendo fin a la discusión.

El dolor en el mentón había tenido la virtud de hacerlo volver al presente, de hacerle olvidar ese otro dolor, más hondo e íntimo, en el que estaba inmerso desde la noche anterior en que ella lo dejó con un reguero de recuerdos y sentimientos turbios acosándolo y acusándolo sin cesar. Los celos, la culpa, la desolación lo corroían como ácido muriático, carcomiéndolo hasta el tuétano.
Mientras acababa su rápido almuerzo antes de volver a la oficina, un astillado hueso de pollo se escabulló escabullido en el último bocado que se había llevado con el tenedor, enfrentando, marfil contra marfil, a su molar con el hueso intruso. Utilizando la lengua y el paladar, llevó a sus labios dos trozos angulosos y duros que recibió con el pulgar y el índice izquierdos. Luego de mirar con rencor el pedazo de hueso que le partió la muela, miró con extrañeza aquel otro fragmento óseo -el de su cuerpo- que ya no le pertenecía, que ya no era él. Soltó ambos pedazos de materia inerte en el aire, viéndolos caer en cámara lenta y sintiendo cómo sus golpes claros y repetidos sobre la fórmica de la mesa cerraban para siempre el incidente, pero no el dolor, que seguía abierto y vivo en su conciencia, irónico como el plato de arroz con pollo que seguía sobre la mesa.

El restaurantito de menú económico quedaba a unas pocas cuadras de la oficina, en una de esas transversales de la Rivera Navarrete, una zona menos comercial y bonita, pero lo suficientemente cercana como para asegurar una clientela copiosa entre tanto oficinista próximo. Al llegar al trabajo, Jorge, su compañero de oficina en la empresa, al verlo compungido y congestionado ,le ofreció la dirección de un dentista. Sólo a Rodrigo le pasaban estas cosas, había comentado en voz alta mientras lo miraba con sorna compasiva, hurgaba en su escritorio buscando la tarjeta del dentista y él era burla de la recua de compañeros que festejaban la muela rota.

Mientras esperaba sentado en el sillón del dentista, Rodrigo se había admirado de la pulcritud, de ese orden místico que envolvía el salón del odontólogo, que ahora le daba la espalda mientras se prepara para atenderlo.

El sillón odontológico en el que se hallaba trepado estaba anclado en el centro de la habitación, tan incuestionable como la piedra de los sacrificios en la cima de un monte, en la que él era ahora una víctima por ofrendar. El limpio linóleo relucía en el piso y una luz difusa entraba por el amplio ventanal por el que se veían -a lo lejos- las frondosas copas de los árboles de un parque, y los muros lisos y llenos de destellos de algunos edificios circundantes, plagados de cristales. El otoño todavía entibiaba las tardes con algo de sol, aunque nunca se sabía; estaban en esa época del año en que de pronto la neblina descendía y llenaba todo con una atmósfera tristemente húmeda y gris.

Paseando su vista por el salón, su mirada se topó con un escritorio ordenado y casi vacío, dispuesto en diagonal a las paredes, como un automóvil mal aparcado. Algunos estantes con libros y vademécumes de la profesión, como viejos textos de hechicería, lo contemplaban desde los extremos del cuarto color lúcuma, marcando los límites del escenario de la liturgia que estaba por empezar. Un par de vitrinas atiborradas de medicamentos que tenían impreso el sello •”Muestra Médica”, obsequio de los laboratorios médicos, y las repisas con el instrumental, además de algunos afiches del cuerpo humano abierto por capas -de esos que distribuyen los laboratorios mostrando músculos y huesos, como si el ser humano fuera un cebolla o una sandía a la que se pudiera calar en vida-, completaban el mobiliario.

-Abra la boca-. Llegó a sus oídos una voz cavernosa y lejana, sorprendiéndolo en actitud fisgona.

-Abra la boca-, repitió el dentista, que lo miraba al pie de la mesilla en la que había estado manipulando su instrumental. Uniformado y de punta en blanco, tras la mascarilla de tela que se había puesto y que le cubría la parte baja de la cara. El aroma de los medicamentos y los empastes que manipulaba a diario caminaron con él hasta que, ya junto a Rodrigo, encendió la luz de la lámpara que pendía encima del sillón. Presionó algunos botones y el respaldo se reclinó hasta dejarlo en una posición casi horizontal. Rodrigo sintió cómo su cuerpo se elevaba con la silla que subía lentamente, en un aparente acto de ilusionismo en medio de la sala ambarina del consultorio, hasta que el dentista no tuvo que agacharse para poder mirar sin mayor problema el interior de su boca, que abrió con la ayuda de una paleta de madera. En ese momento no le hubiese sorprendido si sacaba un serrucho y procedía a cortarlo por la mitad ante el aplauso de un público inexistente.

En cambio, percibió el traje blanco; la mascarilla cubriéndole la boca; los guantes de caucho, infaltables desde la aparición del Sida; el altar del sillón en el que estaba, con sus pedales y aditamentos que, luego de haber sido manipulados, lo habían sumido en una levitación casi metafísica, etérea, como acercándolo al cielo, tal vez a Dios, como la ofrenda de un apacible cordero bíblico. La luz de la lámpara, que lo miraba desde arriba como un ojo misterioso, enorme y omnisciente, parecía aguardar el momento para, con su iluminación celestial, proceder a atisbar en la médula de su espiritualidad, en el centro inmarcesible de su dolor.

El dentista comenzó su trabajo con pinzas, ganchos y espátulas, que previamente había extraído del autoclave, como del Sagrario donde se guarda el copón de las hostias en el templo. Raspa, hurga, inspecciona cada resquicio de ese limbo personal que marca el límite entre su mundo interior y su yo público: su boca. Con toda esa parafernalia de por medio, Rodrigo no puede eludir la tentación de comparar al dentista con el sacerdote en la liturgia de la expiación de los pecados, en el acto de la redención del alma, de la expiación de la culpa a través del dolor. Está en estos pensamientos cuando, a contraluz, lee, impreso en el marco de las luces que lo iluminan desde arriba: Belmont, y recuerda que es la marca del sillón en el que está sentado. Por lo visto, algún marketero sádico había dispuesto allí el apellido del fabricante, pensando en los miles de infelices que pasarían horas enteras desparramados en el armatoste, pujando y maldiciendo de dolor, de modo que era imposible no mirar la puta palabreja. El dentista culmina su inspección.

Luego de explicarle que la fractura le ha dejado un muñón maltrecho que debe ser limado para poder engastar en él una corona metálica que complemente el trozo partido, se queda mirándolo a la espera de una respuesta. Sus ojitos, pequeños y vivaces, parpadean expectantes y lo contemplan fisgonamente detrás de la mascarilla de tela. El tema crematístico ahuyenta de su cabeza por un momento toda posible relación espiritual inspirada en el acto mecánico de pulir una piedra que, curiosamente, luego de crecernos en la boca, debe ser enfundada en una prótesis de metal arrancado a las entrañas de la tierra sobre la que caminamos.
-Y, ¿cuánto me costará esta gracia, doctor?-. El haber tenido ganchos y pinzas rascando su marfil y rozando su carne, invadiendo su boca, le deja la sensación desagradable de un sabor metálico que debe paladear a disgusto mientras suelta la pregunta. Discuten la calidad del implante, la forma de pago, el número de sesiones y, finalmente, se ponen de acuerdo.

El dentista le ha inyectado anestesia. Con mano diestra ha golpeado repetidas veces su carrillo, como una paloma que aletea en su mejilla “Mismo Espíritu Santo”, piensa y, al hacerlo, no se da cuenta del pinchazo de la jeringa sino cuando la silocaína empieza a romper lentamente la trama de su carne.

Con paciencia, el dentista va taladrando una oquedad en la oquedad mayor de su boca, que a su vez forma parte de la oquedad de su vida, que terminará en la oquedad de su tumba. Rodrigo siente, con presteza, el dolor. Su cuerpo se tensa ante el sonido del taladro y la fresa limando el marfil de su boca, socavando el hueso, aproximándose cada vez más al núcleo de su sensibilidad, al lugar más descubierto y próximo de su alma sufriente. Cada cierto tramo, el médico se detiene y le dice:

-Escupa- y un hilo de sangre y baba caen sobre la loza del pequeño lavabo que tiene a su costado y por el que fluye un chorrito de agua. Siente que está cometiendo un sacrilegio al escupir allí, en ese pozo inmaculado, como si lo estuviera haciendo en la pila bautismal de una iglesia.

En eso se toman una hora. En la medida que avanza el efecto de la anestesia, se va diluyendo también su contacto con la fresa del taladro, con el ruido, con el dolor. Se va quedando solo consigo mismo, y una especie de irónica alegría rodea el movimiento de las manos del médico, manipulando el instrumental dentro de su boca abierta, colocando emplastes que mezcla y amasa en un mortero de porcelana blanca que cabe en el cuenco de su mano. El aroma a clavo de olor que sale del emplaste le hace regresar a viejas tardes de su niñez en las que la ausencia de pecado era premiada con una tajada de recién horneado pye de zapallo y jengibre, hecho con maternales manos generosas. De cuando en cuando una aguda punzada lo remece de raíz.

“El dolor del alma va siendo curado con el dolor del cuerpo”, piensa y se anima: “Debe sufrir para dejar de sufrir”. A eso se reduce el trabajo terapéutico de la religión, esa medicina homeopática del alma, concluye. El buen olor del médico refuerza no solo la idea de asepsia, que se aloja en su mente, sino también la de purificación.

-Ya está-, le dice finalmente el dentista y, minimizando su labor, añade -No ha sido nada. Ya puede levantarse.

La sensación de tener inflada media cara le hace sentirse extraño. Intenta ponerse en pie pero se le nubla la vista y le zumban los oídos. Siente un fuerte mareo y todo empieza a moverse a su alrededor y a perder consistencia. Se aferra como puede, para no caer, a los brazos del sillón del que se acaba de incorporar.

El médico lo percibe y, detrás de la máscara que todavía tiene puesta, se abren desmesuradamente sus ojos, sorprendidos. Se apresura a hacerlo volver al asiento cogiéndole del hombro y retrae el espaldar para que se recueste. Luego le da la espalda y, como viejo alquimista de fuegos fatuos, manipula rápidamente unos frascos en un acto de prestidigitación improvisado, con la presteza de quien sabe del valor de la mandrágora. Coge un puñado de algodón y lo ensopa en alcohol. Gira, de cara a él, y se lo da a la mano con la orden precisa:

-Huela hondo-. Rodrigo obedece. Así está un buen rato. El dentista sigue con preocupación su evolución.

Desde la nube del mareo en la que está y de la que, ironiza, el algodón es un símbolo, reflexiona, mientras inhala el agua-ardiente que es el alcohol que le ha alcanzado ese aprendiz de brujo, y concluye que fue demasiado pronto para proclamar su cura. “Habrá, con seguridad, momentos de recaída”, se dice, mientras ve que el dentista va tranquilizándose y regresando a sus tareas inconclusas de recoger el instrumental, maculado con su sangre y rastrojos de su ADN, y poner todo en orden, luego de la liturgia de sanación realizada, observándolo, mientras manipula las cosas, con el rabillo del ojo, por si acaso. De espaldas a él, le escucha decir:

-Siga echado hasta que se sienta bien. Se le bajó la presión. Se puso blanco como la cera-. Guarda silencio un momento, sopesando sus palabras, y añade: -Pero ya pasó.

Rodrigo lo ve ahora casi de perfil ante él, redactando algo en un pedazo de papel que luego recibe de su mano extendida. Se imagina que, como cuando niño en la capilla del colegio, terminada la confesión en la sacristía, el médico le dirá por escrito la fórmula que oía de boca del Padre Miguel: “Reza tres padrenuestros y cuatro avemarías, y ve con Dios, hijo mío, tus pecados han sido perdonados”. Pero se sorprende cuando aparecen, garrapateados, el nombre de un antiinflamatorio y la indicación:

Meloxicam.
Comprimidos 7,5 mg – 15 mg.
1 tableta al día


Ya recompuesto, se pone de pie y camina con el médico hasta la puerta. Éste la abre y le mira a la cara, ya sin la mascarilla que ha usado durante toda la intervención. Es un hombre joven, de cabello corto y tez cetrina, todavía no marcado por la vida. “El rostro de Dios”, piensa. Embobado, le escucha decir:

-Esto es sólo el comienzo. Todavía faltan una o dos sesiones, pero lo peor ya ha pasado-. Pero la voz tiene el cantito aflautado limeño, lo que despeja cualquier hálito divino dn su entorno. Es demasiado real para ser trascendente. El fenómeno jamás llegará a ser noumeno. -Lo espero el jueves, a la misma hora y, por favor, sea puntual-, concluye.

Se despiden. Rodrigo sale y siente cerrarse la puerta tras de sí. Ya fuera, en las palabras del dentista de rostro descubierto, reducido a la condición de simple mortal, siente la obligación de encontrar un último mensaje, la última palabra de Dios dicha entre dientes a través de su nuncio andino. El mensaje cifrado para que lo descubran solo los elegidos.

Está en eso mientras camina hasta el paradero del ómnibus. Ha oscurecido y la gente camina presurosa y bullanguera, atravesando la garúa y el ruido de los autos que parecen sacudir los árboles de la avenida. Siente que la anestesia está pasando y la niebla cae sobre la ciudad envejecida, que el dolor físico se hace más real, que lo toca, que va perdiendo esa aura que lo había embargado de un halo de místico recogimiento, y que la causa de su malestar se va focalizando, perdiendo esa blanda sensación que se había acurrucado como un nido en su mandíbula, haciéndose ahora más real y precisa, ubicándose en un lugar determinado de su rostro, en el punto traumatizado de su osamenta, y que el peso asfixiante que sentía en el pecho, el otro dolor, el desamor, también persiste.

Sí, el dolor continuaba. De repente incluso aumentaría por un tiempo más. ¿No había dicho el médico que podía tener alguna ligera recaída? Debía sufrir para dejar de sufrir. La religión era la medicina homeopática del alma. La última frase del hombre que lo había atendido destella en su mente como el chisporroteo de una vela: “Esto es solo el comienzo, pero lo peor ya pasó”, recuerda, y una sonrisa se esboza en su rostro, desfigurándolo al plasmarse en una mueca grotesca que tuerce su cara, como una cicatriz nacida de la anestesia residual sobre sus heridas todavía frescas, en medio del dolor de una curación que, tal vez, de verdad, había comenzado...


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