miércoles, 7 de mayo de 2008

JOSÉ GARCÍA CALDERÓN: “CLARO QUE EN LA VIDA TAMBIÉN HAY PESADILLAS, PERO MIS SUEÑOS ME HAN AYUDADO A SUPERAR LAS PESADILLAS”

Publicado el 2002 en diarios de Arequipa

Por Hugo Yuen

José García Calderón Bustamante, Vicepresidente de Corporación Cervesur, es, qué duda cabe, uno de los últimos patricios de la Arequipa de siempre. Su participación en la vida empresarial de la ciudad se remonta a hace poco más de medio siglo, tiempo en el cual su admirable tesón ha sido soporte fundamental para varias de las empresas más importantes de la región y del país. Abogado, ex Alcalde de Arequipa y empresario, en marzo último celebró 50 años como Miembro del Directorio de Corporación Cervesur, grupo económico nacido en Arequipa, uno de los más importantes del Perú y que, en más de un siglo de existencia empresarial, se ha constituido en la corporación heráldica del sur del país.

Nacido en Arequipa el 20 de febrero de 1922, hijo de Juan Manuel García Calderón Romaña y doña Jesús Bustamante de la Fuente, José García Calderón es el tercero de cinco hijos. Estudió en el Colegio La Salle de Arequipa, siendo discípulo del hermano Anselmo María. Se graduó como abogado en la Universidad Nacional de San Agustín (institución que en 1998 lo nombró Profesor Honorario de su Facultad de Derecho); es socio fundador de su estudio de abogados. Ha sido Alcalde de Arequipa durante 1958 y 1959. Miembro del Directorio de Corporación Cervesur desde el 5 de marzo de 1952, fue elegido Presidente del Directorio el 5 de febrero de 1975, cargo que ocupó hasta marzo de 2000. Ese mismo año fue nombrado Vicepresidente del Directorio, cargo que desempeña actualmente. Es Presidente del Directorio de la Mansión del Fundador S.A.. y Euromotors S.A. Es también Vicepresidente del Directorio de las diversas empresas que conforman la Corporación Cervesur, las mismas que son representativas de los sectores textil, transportes, agroindustrial, turismo, inmobiliario, agricultura, seguros y publicidad integral. En 1962 fundó el Banco del Sur del Perú, del que ocupó la Vicepresidencia del Directorio durante varias décadas. En su calidad de empresario, ha sido elegido en repetidas oportunidades miembro del Directorio de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa.

Por todo ello, José García Calderón no solo es la memoria viva de los últimos 80 años de historia de nuestra ciudad, sino que, además, se constituye en fuente permanente de optimismo, capacidad emprendedora y amor por Arequipa. La presente entrevista, realizada en marzo último, procura ser tanto un acercamiento como un reconocimiento y homenaje al hombre, al empresario y al arequipeño.

Hace 50 años se inician sus actividades empresariales. ¿Recuerda en qué circunstancias se produce ello?


En realidad es un poco más de medio siglo, porque cuando era estudiante universitario ya trabajaba en algunos quehaceres empresariales. Allá por el año 1945 consolidé una herencia que tenía mi padre, hice junto con mis hermanos un arreglo familiar y pasamos a ser propietarios y a administrar esta hacienda que se hallaba entre Arequipa y Puno.

¿Cómo se llamaba la hacienda?

Coline. Era una sociedad. Sociedad ganadera La Cabaña, se llamaba. El manejo de la hacienda era sumamente difícil, muy complicado, pues había que trabajarla con mucho empeño. Estaba entre 4mil y 5 mil metros de altura. Yo ayudaba a mis hermanos, que eran los que trabajaban esto directamente. Primero mi hermano Fernando y después Luis. Pero yo estaba siempre al tanto y colaborando en todo.

¿Qué tipo de ganado criaban allí?

Alpacas. Como usted sabe estos animales tienen hasta 12 colores naturales, de los cuales el de mayor demanda en el extranjero es el blanco. Nosotros trabajamos durante 17 años para conseguir un 95% de lana blanca en nuestra hacienda, y lo logramos, sólo por cruce de ejemplares, mediante un trabajo metódico con mi hermano, que es ingeniero agrónomo,. Ese fue un trabajo estupendo.

Sin embargo, luego vino la Reforma Agraria y todo ese trabajo de años desapareció. Ahí está el fundo, botado, abandonado, porque los pequeños propietarios no pueden trabajar en tierras tan difíciles.

El inicio de mi trabajo fue en realidad ese. Por eso fui nombrado Gerente de la Asociación de Criadores Lanares, lo que me permitió enterarme de todo el movimiento de la ganadería del sur de ese entonces.

¿Y su ingreso a la Corporación Cervesur?

Mi primer cargo en la Corporación Cervesur fue de Secretario del Directorio. Posteriormente fui nombrado Director Suplente, con el encargo expreso de trabajar en la lotización y venta del fundo Ongoro de la Corporación, que tenía mil hectáreas en Majes. La corporación no quería mantener la propiedad de ese fundo porque ya se hablaba de la Reforma Agraria, se presentaban proyectos y se hacían mil cosas. Entonces, a la vez que tenía mi oficina y trabajaba en la asociación, me dediqué a este encargo con gran dificultad en ese momento, pero al final se cumplió con lotizar y vender el fundo, con lo que la corporación no tuvo nada que perder con la Reforma Agraria. Ese primer nombramiento de Director Suplente fue hace 50 años. Fue un 5 de marzo hace medio siglo.

Allí, durante varios años, trabajé en diferentes cosas, pues el cargo de Director no era precisamente muy activo, pese a que el encargo de la venta del Fundo Ongoro tomó varios años.

¿Y cómo surge la idea de crear el Banco del Sur?

La creación del Banco del Sur fue parte de un proceso grande y complejo, en el que también se descentralizó la banca estatal (en 1958 el Banco Central Hipotecario abrió, por ejemplo, una oficina en Arequipa; en 1964 lo hizo el Banco Industrial). En 1962, el mismo año en que se crea el Banco del Sur del Perú también se crea la Caja de Ahorro y Préstamo para Vivienda (la Mutual Arequipa).

Yo acogí la idea de don Javier Belaúnde, que era Diputado por Arequipa, quien nos propuso la formación de un banco regional en la ciudad. Acogí esa idea y la extendí, entre otros, a quienes me habían acompañado cuando fui Alcalde y que habían trabajado tan sacrificadamente conmigo, invitándolos a formar este Banco y a comenzar esta aventura, porque en aquel entonces fue una aventura.

¿Así se conformó el Directorio?

En un principio sí. Luego fue cambiando un poco. Fuimos llamando a gente notable que se incorporó poco a poco al grupo. EI Ing. Francisco Valencia Paz fue nombrado desde un inicio Presidente del Directorio y yo Vicepresidente, y ahí permanecí trabajando indirectamente, desde esta mi oficina, durante 35 años.

Pero usted también forma parte de otros Directorios...

Con ese grupo de emprendedores amigos formamos otras empresas: Arequipa Motors, que después fue Chevrolet Arequipa y ahora se llama Sur Motors. Luego, con otro grupo más o menos parecidos de ocho amigos fundamos Divesa, que era la distribuidora de Volskwagen, que trabajó muchísimos años, pero que por la crisis no pudimos mantenerla operando.

Sin embargo, hace poco creó usted Euromotors...

Bueno, sí, con tres amigos y teniendo la participación de algunos capitales extranjeros, formamos una empresa en Lima para recuperar la representación de la Volswagen y Audi, porque la habían dejado los antiguos concesionarios y estaba por perderse. Así que formamos Euromotors, que es una empresa para la representación en el Perú de Volskwagen, Audi, la Fiat española y la checoslovaca también. Es una empresa que va creciendo exitosamente y empezamos a salir a otros mercados fuera de Lima. Actualmente mi hijo Francisco es el Gerente de la empresa.

Sin embargo, hay un lapso de 2 años –entre 1958 y 1959- en que usted renuncia a la Corporación Cervesur...

Sí. Dejé la Corporación porque el año 1958 fui nombrado Alcalde de Arequipa. Entonces preferí apartarme temporalmente de la Corporación porque, como ser Alcalde de la ciudad es siempre un cargo difícil, pues tiene tanto sus posibilidades de éxito como de fracaso, opté por renunciar a todo cargo en la Corporación por espacio de 2 años, tiempo que ejercí la alcaldía de la ciudad. En ese lapso me dediqué alma vida y corazón a la Municipalidad de Arequipa.

Siendo usted Alcalde de la ciudad se produjo el terremoto de 1958, ¿verdad?

Así es. A los pocos días de que yo jurara al cargo de alcalde se produjo el terremoto de 1958, que fue devastador. Ese terremoto nos tomó totalmente desprevenidos. Fueron años feroces, angustiosos. Sobre todo al comienzo. Lograr que se promulgara la Ley de la Junta de Rehabilitación de Arequipa fue sumamente difícil y nosotros, con el Ejecutivo, que presidía el Dr. Manuel Prado Ugarteche, .logramos conseguir el apoyo de las Cámaras en el Congreso.

¿Se tuvo que concertar posiciones con diferentes sectores políticos que tenían propuestas particulares? Nos referimos, específicamente a la Democracia Cristiana...

La Democracia Cristiana que estaba en el Congreso con una buena representación por Arequipa (Julio Ernesto Portugal y Mario Polar Ugarteche en el Senado, y Javier de Belaúnde, Jaime Rey de Castro, Roberto Ramírez del Villar, Héctor Cornejo Chávez y Jorge Bolaños en Diputados), presentaron por su lado otros proyectos, pero finalmente logramos compenetrarnos y hacer uno solo que fuera apoyado tanto por nosotros, que éramos nombrados por el Ejecutivo en ese entonces, como por la bancada de la oposición en las Cámaras, que era, en efecto, la Democracia Cristiana. Así se aprobó la Ley que creó la Junta de Rehabilitación de Arequipa.

Esa Ley, la 12972, se promulgó el 27 de marzo de 1958, es decir, apenas dos meses y medio después de producido el terremoto. Fue un tiempo récord. ¿Qué recuerda usted del momento de su promulgación?

Fue un éxito para Arequipa. El mismo Presidente de la República, el Dr. Prado, vino hasta Arequipa para entregárnosla personalmente. Es cierto que el 20% de las rentas eran para la Municipalidad y el 80% para la Junta. Pero ambas instituciones trabajaron juntas ardorosamente, no sólo los dos años en que fui yo Alcalde, sino posteriormente también, con la Junta de Obras Públicas, La Junta de Rehabilitación, y se logró un éxito que siempre ha sido reconocido.

¿Dónde se produjo la entrega de la autógrafa de la Ley?

En la Municipalidad, en el antiguo Salón porque en ese entonces estaba todavía en reconstrucción.

¿Dónde funcionaba la Municipalidad cuando usted era Alcalde?

La Municipalidad funcionaba ahí mismo, pero era un local pequeñísimo.

¿No funcionó en alguna época en donde queda ahora la Biblioteca Municipal?

No, eso fue mucho antes. En mi época funcionaba ahí la Municipalidad pero era tan sólo un callejón largo donde estaban todas las secciones. Era poco funcional e incómodo. En mi gestión se compró la casa de a lado y el solar que daba a espaldas del Municipio, que da a Palacio Viejo.

Nosotros dejamos todas estas propiedades listas para que, quien nos sucediera hiciera el Palacio Municipal. Él reconstruyó todo. Así, el nuevo Palacio Municipal se comenzó en mi época y se terminó dos o tres períodos después. Hay una placa al ingreso de la Municipalidad que da cuenta de los Alcaldes que intervinimos en la construcción del edificio.

Esa labor por la ciudad que usted desarrolló en aquella oportunidad tuvo múltiples reconocimientos, pero hay uno especial, que le hizo el gobierno Venezolano. ¿Nos puede referir cómo fue?

Producido el terremoto, Venezuela hizo una donación para los damnificados de Arequipa y su Embajador vino acá a constatar como se había invertido los fondos de la donación. En la Municipalidad, que administró estos fondos, se procedió a mostrarle las obras ejecutadas, así como la documentación correspondiente, y quedó tan impresionado por los trabajos efectuados así como por el orden administrativo con que se había procedido, que tuvo la gentileza de propiciar que su gobierno me otorgara la Orden de Miranda. Un honor inmerecido, por supuesto, pero que acepté por el pueblo de Arequipa.

Y las restauraciones de casonas coloniales en las que ha estado empeñado toda su vida...

Con la familia de mi suegro, la familia Portugal, hicimos la Galería Colonial y salvamos ese viejo inmueble que estaba prácticamente en la ruina, restaurándolo y conectándolo con una galería comercial vecina -dicho sea de paso, fue un trabajo muy duro convencer a los otros dueños para que aceptaran la conexión, pero al final se hizo y la Galería Colonial fue tanto un éxito comercial como un aporte también para Arequipa.

Eso es interesante porque son pocos los empresarios arequipeños que, aparte de hacer empresas, también hayan apostado con cariño, con especial dedicación, a la recuperación del patrimonio arquitectónico de la ciudad.
Es una combinación de placer, de gusto y de añoranza por las cosas de antaño y los valores que se van perdiendo. Es, en realidad, una combinación un poco romántica. Es el caso de La Galería Colonial, el Molino Blanco y El Palacio de Huasacache...

¿De dónde le viene ese amor por la arquitectura arequipeña, acaso de cuando, como Alcalde, tuvo que reconstruir la ciudad luego del terremoto?

No. Siempre me ha gustado -desde niño- la arquitectura colonial. Mis tíos tenían una hacienda, Tahuaycani, donde había una linda casona colonial, y mi abuela nos llevaba ahí a pasar unas temporadas, porque yo sufría un poco de los bronquios y era recomendable ir allí cada cierto tiempo. Así que casi todos los años, desde que tuve 5 ó 6 hasta los 15, probablemente, íbamos al campo con mi abuela y esa casa colonial era mi fascinación.

Soñaba con algún día tener una propiedad así, valiosa, colonial, hasta que llegué a conseguir el Molino Blanco y después la Mansión del Fundador, y también una casita muy bonita que compramos y reparamos para mi madre, porque mi madre también amaba mucho este tipo de arquitectura. Quizá la afición me venga de ella; de mi padre me viene la afición por las cosas antiguas. Mi infancia está plagada de ese tipo de recuerdos.

Y luego del terremoto del 58, como Alcalde, tuvo que poner en práctica esa afición restauradora...

En el terremoto del año 58 los portales de la Plaza de Armas quedaron prácticamente destruidos. Los tuvimos que apuntalar por todo lado y luego los tuvimos que botar. Durante los dos años de mi gestión edil, paralelamente a muchas otras obras, reconstruimos la Plaza de Armas tal y como fue en la época primitivísima de la ciudad y, creo que posiblemente con más elegancia y con más garbo. Hicimos un concurso y por último contratamos al Ing. Alba Manfredi, un experto que nos recomendó Belaúnde cuando era decano del Colegio de Arquitectos en Lima, y con él reconstruimos la Plaza de Armas. Recuerdo que cuando abandoné la comuna dejé licitado el último portal que me faltaba hacer, que era el de la Municipalidad, o sea que también es para mí o para todos los que me acompañaron en ese entonces un gran orgullo el haber reconstruido la Plaza de Armas de Arequipa como fue realmente en la época colonial.

Se reconstruyó el símbolo de la ciudad...

En efecto. Y es curioso, ya han pasado más de 40 años y creo que ha sido siempre muy bien apreciada sobre todo por la gente de fuera, por la gente que viene de otros sitios y conoce algo de arquitectura. Es un orgullo para Arequipa, y creo que en ese momento en que había una crisis, una sensación colectiva de desengaño y mucha depresión en toda la gente, eso fue, efectivamente, un símbolo que ayudó a Arequipa a sentirse fuerte, a sentirse nuevamente empresarial. Se creó la junta de administración del Parque Industrial, la fábrica de cemento, se hicieron todas esas cosas porque la gente recobró su fe en la ciudad, lo que tristemente ahora vemos que no sucede porque estamos caídos y deprimidos. En fin, este espíritu empresarial y mi empeño por sacar adelante los negocios también se ha combinado, para satisfacción y gozo personal, en algo que es bello y que entraña el corazón, el fondo de Arequipa.

Hay un proyecto suyo que los arequipeños jóvenes no conocen. Usted ya lo mencionó: El Molino Blanco. ¿Cómo surge esa restauración?

Bueno, yo siempre inquieto y pensando en estas cosas, ya de niño había conocido el molino de Santa Catalina, en San Lázaro, que estaba prácticamente en ruinas (había ahí una herrería). Entonces propuse a las monjitas de Santa Catalina que me vendieran el local, que estaba casi perdido, y como ellas necesitaban también para la remodelación de su local, porque en ese momento se estaba restaurando Santa Catalina, entonces me vendieron el molino y me metí, una vez más, en una aventura tremenda.

¿Por qué tremenda?

Tuve juicios con quienes tenían la posesión del inmueble, se tuvo que arreglar la titulación y cuanta cosa se imagina, hasta que logré rehabilitar el local como fue, -tal vez mejor de lo que fue-, y durante algún tiempo funcionó como un hotelito muy acogedor y reservado. Era un hotelito muy famoso, reconocido en todas partes.

Pero ya no opera como hotel...

Desgraciadamente no funcionaba bien como negocio porque el gobierno de entonces controlaba las tarifas. No se por qué el gobierno tenía que meterse a controlar incluso las tarifas de los hoteles. En esa época, comienzos de los 70, no me dejaban cobrar 15 dólares por persona, así que tuve que cerrar El Molino Blanco, pero lo utilicé yo y, lo digo con mucha satisfacción, esa fue también una obra de constancia, de tesón.

¿Y la Mansión del Fundador?

Hace algunos años, hace 20, para ser más precisos, el Banco Central Hipotecario estaba empeñado en comprar la casa que fue de los Goyeneche, en Huasacache, que estaba hecha una ruina. Yo estaba ayudando por ayudar, y porque se salvara esta propiedad y se lograra reconstruirla, hasta que fracasó el esfuerzo del Banco Hipotecario.

Y, entonces...

Entonces, un día conversando en un club con cinco amigos, les contaba que era una lástima que hubiera fracasado esta gestión para que el Banco Hipotecario restaurara el Palacio de Goyeneche y, bueno, les conté detalles de cómo la familia había bajado sus pretensiones por el inmueble hasta un monto bastante razonable y, de repente, uno de los amigos me dice “bueno, vamos a hacerlo nosotros con una condición: tú te encargas de todo, planos reconstrucción, poner en movimiento los juicios, todo”, y me lancé a una de esas aventuras...

¿También le trajo complicaciones?

Nunca pensé en él como un negocio, como que no lo es ahora, pero me lancé a esa aventura por amor al arte, como se dice, y bueno, fue una cosa superior a lo que yo había pensado en un inicio. Compramos los primeros dos mil metros cuadrados con la casa y una entrada. El inmueble tenía un juicio, que estaba ganado por parte de la familia que nos vendió el inmueble en el Tribunal de Reforma Agraria y los Tribunales de Tierras. Sin embargo, me llevé un chasco porque una vez comprado el predio nos siguieron el juicio que involucraba tres topos de terreno que eran indispensables para la obra que se pretendía hacer.

¿Cómo evolucionó el juicio?

Tuvimos que litigar durante 10 años, 10 años duró el juicio hasta que lo ganamos en el bendito Tribunal Agrario. El expediente subía, bajaba, lo anulaban, volvía a subir, pero mi tenacidad ganó y conseguí recuperar esos 10 mil 500 metros cuadrados, que ya eran algo con los dos mil que nos habían dejado. Luego, durante veintitantos años hemos seguido trabajando para conseguir comprar un terrenito de tres topos a un lado, de un topo al otro, de otro topo al otro, de medio topo a un lado, hasta llegar a los 75 mil metros cuadrados que tiene hoy día la Mansión del Fundador, debidamente cercados en un lugar excepcional.

¿Valió la pena?

Creo que es un aporte para salvar las obras arquitectónicas coloniales de Arequipa y esto no es sólo mérito mío, porque en realidad cada vez que era necesario, casi todos los años, tenía que escarbar en mis bolsillos o en los bolsillos de mis amigos para pedir aportes de dinero, pequeños aportes, así durante veintidós años, desde 1980, hasta lograr lo que es hoy, un lugar reconocido por todo el mundo.

Cambiando de tema, ¿fue Ernesto von Wedemeyer quien le animó por la equitación?

Sí. Aunque siempre he sido amante de la naturaleza. En mi vida no sólo he pensado y trabajado sino que también he hecho mucho deporte: jugaba, frontón en el Club Internacional, en donde soy socio vitalicio. Incluso actualmente voy a caminar dos o tres veces por semana al Club.

¿Y la equitación?

Pues sí, esa afición la compartía con mi gran amigo Ernesto von Wedemeyer y después también con los chicos (sus hijos). Ernesto hizo que me entusiasmara por ese deporte, en ir al club hípico, en comprar caballos. Tal fue mi afición que he montado a caballo hasta los 70 años. Después ya no pude porque me lo prohibió el médico. Sólo entonces tuve que dejarlo. Yo solía ir a caballo por todo lado, dónde no he ido a caballo: Quequeña, Yarabamba, Pocsi, y, uf, por los alrededores, los cerros de la Caldera, camino a Tingo, Tingo Grande, salía casi todos los sábados y domingos a pasear a caballo por todos los alrededores de Arequipa.

¿Puede mencionar al grupo de amigos que lo acompañó en todas esas aventuras empresariales que nos ha referido?

Es un grupo muy valioso para Arequipa: Ernerto von Wedemeyer (casi un maestro para mí), el Dr. José Valencia Dongo (mi compañero de Universidad, con quien hice toda la carrera), Francisco Valencia Paz (quien acompañó en la Municipalidad y en todas las empresas), Juan Bustamante Romero; Manuel Bustamante Olivares; Renzo Lucioni; Herbert Rickets; Gonzalo Bedoya; Luis.Lidman; Carlos Pedraglio; Guillermo Lira Harmsen (viejo amigo, compañero de colegio y de toda la vida), Wolfang von Wedemeyer; dos amigos jóvenes de otra generación: Andres y Jorge von Wedemeyer; Luis Alonso, Luis Alberto Sardón, don Sergio Giraldo Morodíaz; (un hombre que siempre apoyaba todas la ideas nuevas), don José Arredondo; mi hermano Fernando, mi hermano Luis (que es Director de Surmotors y un gran colaborador mío), mi hermano Mario (que murió en Estados Unidos, en Huston, el mismo día que moría Kennedy), mi hermano Alfredo. En fin, son sólo algunos.

Y, evaluando todas las cosas que ha hecho a lo largo de su fructífera vida, ¿cuál cree que sea su principal virtud?

Dicen que siempre las empresas son 10% inspiración y 90% transpiración, y así ha sido en mi caso. No creo ser un hombre excepcionalmente dotado para nada, pero creo que sí puedo señalar como una cualidad mía, sin que esto signifique un acto de vanidad, mi constancia, porque donde he intervenido he permanecido luchando hasta el final, hasta el último momento.

Todos los empeños en que he estado abocado en mi vida son obras en las que he puesto a prueba mi más grande constancia, mi tenacidad y mi esfuerzo, porque si bien es cierto que mi cargo era de Director y no implicaba una labor ejecutiva directa, yo puedo asegurarle que probablemente en estos cincuenta años nunca he pasado un día sin pensar en los problemas de las empresas en que estaba yo empeñado, y de buscar las soluciones, y dar vuelta a los problemas, y de aconsejar, y conseguir con esta tenacidad que me caracteriza que las cosas marchen. Y deben haber marchado cuando me han aguantado 50 años...

¿Algunos recuerdos malos?

Ha habido malos ratos, claro, como todo en la vida, pero están casi olvidados. Creo que en el fondo soy un hombre soñador de sueños bellos y, por supuesto, he tenido suerte. El destino, la ayuda de la Divina Providencia me han permitido realizar algunos de mis sueños. Claro que en la vida también hay pesadillas, tremendas pesadillas, pero, como decía el poeta: “mis sueños me han ayudado a superar las pesadillas”. Creo que esa frase es la que resume en pocas palabras mi vida.





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